Santa Lejana
Febrero…
Mi muy querido señor mío:
Esta es quizás la última carta que le escribo, no porque mi alma se aleje del sentimiento que usted inspira, sino porque la razón hace necesario que tome distancia del deseo que mi mente alberga por usted y digo mente porque mi anhelo ha sido siempre el de escucharlo, aunque poco comparta su pensar. No imagina las interminables charlas que hemos tenido en mi banca del parque central, ahí sentados hemos esperado que caiga la noche en medio del tabaco y del coñac, le mentiría si le digo que no he imaginado que su cuerpo caminar junto al mío por las calles de la ciudad, que su brazo reposa sobre mis hombros, que uno de sus besos descansa sobre mi frente y despistadamente sentir como sus dedos juegan con mi cabellera al pasar.
Tal vez el problema fue el de siempre imaginar, pero que otra cosa puedo hacer cuando mi curiosidad por usted no se puede de otra forma satisfacer, si mi vida y mi pensar comprometidos están. Quiero que sepa que no me abstengo por cuestiones de moralidad o gratitud, ese nunca ha sido mi estilo, me abstengo por la plena seguridad que me ha dado el pasado, por la experiencia del derroche y porque después de todo no es el comportamiento de una dama el salir corriendo de los compromisos adquiridos así estos en medio de su amor le destrocen el alma.
Es entonces menester aprender a presenciarlo desde lejos, no con la fantasía que siempre he llevado en el pecho desde que lo conocí, esa fantasía que se alimenta de palabras o miradas de complicidad en medio de todo y de todos. Ahora he de contemplarlo con mayor imposibilidad, ahora que me enterado que su candor tiene dueña, que su risa ahogada y quejona se direcciona al amor de una hermosa doncella.
Estoy segura de que nos habremos de encontrar, que compartiremos espacios, cafés, vino, ciudad, y cuando esto pase las polillas caerán muertas en las despensas, mientras desde el silencio dejo de soñar con el rose de sus labios, en tanto termino de comprender que fue usted sólo una quimera, que su sutil coqueteo que alimenta mi cuantiosa melancolía se desvanece, pues a otra corresponde por necesidad.
Es esta mi confesión al aire, al cielo a la nada, son las letras de alguien que sonreirá a lo lejos cuando con su amada le vea pasar, de alguien que ha correspondido a su inquietud así sea en soledad, que promete una y mil veces a Leto visitar para que con su velo cobije mi resquemor, mientras se desvanece esta profunda curiosidad que usted despierta en un alma que ya no sabe que hacer con el soñar.
Suya muy suya
Loise
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