ALFIL TRAIDOR
A las ejecuciones del Alfil blanco y de la Torre negra, no solo asistieron los sobrevivientes de los dos bandos, sino también otras delegaciones ajedrecísticas venidas de lejos, para dar apoyo moral al castigo que merece todo traidor.
Sucedió que los condenados despertaron sospechas con sus movimientos sutilmente sincronizados durante la batalla. Apenas terminada ésta, el Rey blanco ordenó una exhaustiva investigación para hallar la causa de la inesperada derrota de su escuadra. El Rey negro fue hidalgo en respaldarlo, pues no estaba del todo conforme con la enrarecida victoria que obtuvieron sus huestes. Coincidía con su homólogo en que todo combate había que ganarlo con la limpieza o la transparencia del caso.
Horas después, se descubrió la verdad de los hechos: hubo inducción para que se cometiera felonía. De inmediato fueron detenidos los actores del delito y sometidos a un implacable juicio.
Dicho Alfil fue sentenciado a la horca por traicionar a su Reina, quien murió en una cruel emboscada; la referida Torre, a la Guillotina, por sobornar con unos cuantos pesos al miserable felón.
Luego de un breve y solemne discurso que dio el Rey blanco, destacando los valores y bondades de la Fidelidad, trajeron al Parque de Ejecuciones a los dos reos, cabizbajos y aturdidos por el atronador abucheo de sus ex compañeros de armas.
Ante un acto vil como la felonía, no había lugar a concesiones. Así lo entendieron los dos Reyes que fueron drásticos al no conceder a los convictos algún último deseo.
Entonces, en medio de la enardecida multitud que gritaba al unísono: ¡”Así mueren los traidores”!, un Peón blanco, que fungió de verdugo, accionó la máquina afilada y la cabeza de la Torre negra cayó estrepitosamente entre un grupo de curiosas ardillas que huyeron espantadas con sus colas manchadas de sangre.
Poco después, treinta monedas malolientes salieron del bolsillo del Alfil blanco, tropezando con sus ojos horrorizados, cuando la soga terminó por estrangularlo.
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