La felicidad como un estado absoluto,inmutable y continuo no existe. Y ello se debe a que lo que lo define es el contraste que precisamente hay con aquellos malos momentos. Y aún así nosotros conscientemente lo ignoramos, seguimos al Dios equivocado, al que nos hace pensar que entre más es mejor. Creemos tener lo que no tenemos, y tenemos los que no creemos tener.

Pero lo cierto es que todos contamos con un Ámsterdam, una realidad mágica y liberadora, una realidad en la que la locura es una puerta a nuevos mundos, y nuestra rebelión un ideal perfecto, un momento que solo puede ser descrito por emociones, una realidad en la que no debemos ceñirnos al guión que la sociedad a preparado para nosotros.

Y ahí está la paradoja, nuestro Ámsterdam deja de ser Ámsterdam en la medida que vivamos en el por siempre.