Después de una profunda crisis, Adriana ha decidido alejarse de todo por un tiempo. Eligió un lugar aislado donde no corre el riesgo de encontrarse con algún conocido.
Mientras camina por una calle del pueblo ve una librería. Se detiene frente a la vidriera y nota que está exhibida la última novela de un autor de moda. Entra dispuesta a comprarla, pero antes hojea el libro con avidez. El olor de las hojas le resulta tan grato como siempre. El título llama su atención: Nosotros. Lee la contratapa entusiasmada. Entonces se da cuenta de que está leyendo algo conocido.
Va a la caja con el libro, abona y sale apresuradamente de allí.

Ya en el hotel, lee unas páginas al azar. Las lágrimas corren por sus mejillas ante la desfachatez del autor. ¿Cómo se atrevió a escribir esa historia? Ella jamás lo autorizó a publicarla.
Se seca el rostro. Su vida está expuesta en detalle, se siente desnuda y traicionada.
Cada uno de sus amoríos ha sido descripto y desmenuzado con una veracidad sorprendente. Sus momentos más íntimos se hallan a la vista de todo el mundo. Las escenas de erotismo, los instantes de vacío, de soledad, nada le pertenece. El autor exhibe todos los sentimientos que ella atravesó durante ese año trágico en el que perdió a su esposo en un accidente. Y luego relata cómo buscó a otros hombres para mitigar su dolor.
No se arrepiente de nada, necesitaba sentirse viva, deseada., pero no esperaba esto. Sumida en la desesperación, decide llamar al autor de la novela. Adriana lo conoce muy bien, fue uno de sus amantes.
Intenta una y otra vez comunicarse con ese canalla pero es inútil. Nadie responde.

Regresa de inmediato a su casa. Va a demandarlo, es lo menos que se merece, piensa mientras se sirve una copa de vino y observa su biblioteca. Allí guarda los libros que la han acompañado durante gran parte de su vida.
Vuelve a la novela y encuentra descripciones exactas de ciertos acontecimientos vividos. No es posible que el autor conozca tan bien esos hechos.

Se pregunta por qué no puede recordar las facciones de un hombre que fue su amante. Es ilógico. No hay fotografías en el libro, tampoco el nombre real, solo un seudónimo.
Piensa en las recomendaciones de su terapeuta. Necesita descansar. Ha pasado por un duelo difícil que se complicó debido a su estado de nerviosismo y depresión.
Probablemente deba volver al psiquiatra, tal vez no fue buena idea suspender la medicación. Le duele la cabeza, las ideas se mezclan, confunde la realidad, su imaginación, que en tantas ocasiones fue una excelente compañía, hoy la agobia.
Cierra los ojos durante un instante, cuando los abre mira sus manos. Recuerda una lapicera azul que seguramente debe estar en el escritorio. Camina hacia el estudio. Una punzada de angustia atenaza su pecho. ¿Nunca se irá la tristeza?
Allí, en el segundo cajón del escritorio, encuentra la lapicera. También ve un manuscrito. Reconoce su letra y la firma de ese seudónimo que ella inventó el mismo día que eligió los nombres de los personajes de esa horrible novela.