Ya comprobé que tener sueños cuando duermes no deja nada bueno, porque es a causa de un sueño que estoy entambado y no sé cuando me dejarán salir. La cosa estuvo así: hace unos días llegué de trabajar con un hambre feroz y no había cena; por la mañana Marifer y yo habíamos discutido por una tontería y ella en venganza, me dejó sin comer. Molesto, más bien furioso, fui a la recámara a reclamarle; pero ella estaba bien dormida o se hizo la dormida. Cansado, enfadado, me acosté a dormir junto a ella.
Entonces soñé. Era yo un hombre primitivo, un caníbal, que transido de hambre buscaba algo que comer. Caminando a través de la espesura de la selva escuché fuertes ruidos, acercándome con cautela observé, que entre el follaje dormía plácidamente una mujer que emitía tremendos ronquidos. No lo pensé más; me dije, de aquí soy. No sé si en el sueño llevaba yo arma alguna, la cuestión es que me abalancé sobre la mujer y me la comí todita. Satisfecha mi hambre, me recosté entre la hierba y dormí plácidamente por varias horas.
Desperté, pero no como caníbal en el sueño sino en la realidad junto a Marifer, bueno o lo que quedaba de ella. Sus huesitos con sangre y algunos pellejos brillaban a la luz de la mañana. Por supuesto, yo me encontraba batido en rojo y me asusté muchísimo de lo que sin saber había hecho; pero me dije otra vez, bueno, cuando menos ya no tengo hambre.
No tuve más remedio que avisar a las autoridades sobre lo sucedido; vinieron, no creyeron nada de mi historia y me trajeron al fresco bote. Y aquí estoy, ya sin mi Marifer ni sus huesitos. Lo peor de todo es que no tengo ni idea, de cómo voy a salir de este atolladero.
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