Si el sol sale los gatos mueren, me dijo una mujer de cabello plata y verde, entonces tomé una roca y la lancé contra el astro de fuego: ¡debiste ver! Cómo las chispas caían a la tierra como estrellas fugaces que apenas tocaban el suelo se extinguían para convertirse en pequeñas flores. Oh si lo hubieras visto te hubieras derretido de felicidad.
Ahora, en casa, los fantasmas salen y son de colores que ondulan, que cambian a cada rato, si, y se asoman por las ventanas y contemplan con ojillos tristes lo que afuera pasa: ora un carro, ora un perro, ora una mujer que se asemeja terriblemente a la mujer que amaron y que asesinaron pero que no se convirtió en fantasma. La extrañan. La aman. No saben qué hacer sin ella. ¡Ah, tienen mucho de científicos! Les gusta crear flores artificiales para intentar traerla a la vida fantasmagórica, te lo digo. Una vez dejaron un gran ramo junto a la puerta, seguro que ahí ahorcaron a alguna, pero las flores se secaron y nunca noté un fantasma nuevo. Todos los que vi eran los mismos de siempre. Una desgracia. Sus suspiros son esperanzas marchitas, su sangre es un color pardo y sin lágrimas. Pobres. Me gustaría abrazarlos, ¿sabes? hacerles ver que están tristes porque, en la muerte, han olvidado la tristeza. Si pudiera incluso les compraría gafas de sol, les cala la luz del sol.
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