He palpado mi piel en busca de branquias.
Habito una probeta de paredes opacas. No sé cómo llegué aquí, ni si tuve otra vida antes. A veces imagino que soy funcionaria de correos, que tengo una vida normal y dos hijos que van al colegio, pero sé que es un sueño.
Cuando ha desaparecido la luz de la apertura superior del tubo, a veces veo encenderse una ventana al fondo, como una pantalla de iPad, un cromo de luz. Me dirijo a ella, impulsándome con estos pies que me han crecido desmesuradamente.
Al otro lado hay una sala con filas de asientos, ocupados por cientos de personas. La primera vez que irrumpí en la pantalla los vi saltar en sus butacas, abrir las bocas aterrorizados, algunos salieron corriendo por las escaleras. Pronto comprendí que yo era el espectáculo, la criatura del abismo, el monstruo de las profundidades al que venían a ver. Aunque yo no me veo monstruosa. Sé que ellos tampoco. Me observan embelesados como si fuera una hermosa obra de arte en un museo. Seguro que les han dicho que la pantalla es irrompible, que ni siquiera una ser de mi tamaño puede romperla asestándole puñetazos. Cualquier día lo pruebo.
No, yo nunca haría eso. En realidad los necesito. No puedo vivir sin su mirada. En cuando veo iluminarse la pantalla, nado hacia ella, pero ya no aparezco súbitamente. Soy muy consciente de mi entrada en escena. Puede que al principio apenas vean la punta de mis dedos, moviéndose insinuantes en la oscuridad, o que mi cabello inunde la pantalla y permanezca ondeando en el vacío durante minutos, hasta que asome mi frente, mis ojos entrecerrados. Sabrán ellos cómo he llegado aquí, me pregunto mientras dura mi breve espectáculo.
A veces los miro, con las manos apoyada a los lados de la pantalla, un primerísimo plano de mi cara observándolos, no saben si con tristeza o fascinación. Aprovecho esos momentos para estudiar a mi público e imaginar la vida de aquellos que han venido a verme. Me fijo en aquel señor de mediana edad con chaqueta de cuero y aspecto desolado, en una anciana de pelo blanco que ha venido con su marido lagartija, en ese grupo de chicas que parece haber venido directamente del instituto, en un niño pelirrojo que se retuerce en su asiento, espero no darle pesadillas.
Hoy he visto a una mujer rubia de nariz afilada en una butaca de la séptima fila junto al pasillo. No era mi imaginación, aquella mujer me estaba haciendo señas. Acerqué los ojos a la pantalla para verla mejor. Tenía una libreta grande en la mano y estaba escribiendo algo en ella con un rotulador. Quizás fuera información clave, algo que me explicaría que estaba haciendo aquí. Cuando giró la libreta vi que había un mensaje, pero estaba escrito en un alfabeto que desconocía. No obstante asentí. Ella pasó la página y siguió escribiendo, para luego darle la vuelta de nuevo. Me escribió varios de estos mensajes, de los que no entendí nada. Luego se levantó de su asiento con la libreta bajo el brazo y subió por las escaleras hasta llegar a la puerta del fondo. Entonces se volvió hacia mí y, tras hacer un gesto que no supe interpretar, salió de la sala.
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