Cuando tienes superpoderes lo más importante es disimularlo. Que nadie se dé cuenta.

Como con el tío aquel del BMW, menuda cara de asco, como si por tener un cochazo no tuviera que aparcarlo como todos; como si no fuera a acabar dándome un euro como todos, por miedo a que le raye la carrocería.

Que sí que cabe, confíe en mí. Que no cabe. Que sí que cabe. Cuántas veces he tenido esta conversación. Pero al final siempre consigo que el gilipollas de turno trate de aparcar el coche en un hueco donde no le cabe ni de coña. Lo que pasa es que mientras él está mirando por el retrovisor para asegurarse de que no toca el coche verde, yo utilizo mis poderes para mover la furgoneta que tiene al otro lado, elevándola apenas para alejarla un par de palmos. Al final, el gorrilla siempre tiene la razón. ¿No le decía yo que cabía? No hace falta que me dé las gracias, con que suelte el euro ya puede irse con viento fresco.

Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, eso ya lo decía Peter Parker.

Están esos días de verano que el sol cae en picado y en la calle no hay ni una rata, cuando parece que las horas no se acaban nunca. Me gusta jugar a imaginarme que cambio de sitio los coches: el Citroën verde donde estaba el Clio, el Audi en el lugar del Ford Fiesta... Cómo me reiría viendo a los dueños buscando como locos el coche donde lo habían dejado. Pero tengo más cabeza que eso. Lo último que quiero son problemas.

Con mi talento me gano bien la vida. A veces pienso que debería aprovecharlo para hacer otras cosas, pero tampoco se me ocurre nada. Luchar contra las fuerzas del mal, pero luego te rompes una pierna y qué haces. Yo no soy uno de los Vengadores. No me verás saliendo a la calle con un traje de colorines y una capa, no mientras no me hayan dado la residencia.