Cierra la puerta y se sienta activando el modo de desacople y descenso presionando los botones que le dijeron, e introduciendo la clave primaria, valida la sobreescritura del proceso de inicialización por sistema manual. Siente el relajo del estrés entrando de a poco por su espalda apoyada ahora en un asiento cómodo. También percibe el sudor en sus manos bajo el traje que acompañará su viaje de vuelta a casa después de casi un año sobreviviendo en la órbita más extrema del planeta. Escucha los sonidos en el panel y el rojo de las alertas de proximidad a la atmósfera avisando con alto volumen un gran problema: El clima no es el adecuado para entrar en la Tierra, pero tiene que volver hoy, es una orden interna mandatoria, no hay vuelta atrás. Sobreescribe también el plan de trayectoria sin inconvenientes y las alarmas dejan de sonar dándole un respiro adicional. Un pequeño clank le confirma el desprendimiento de la cápsula mientras se comunica con la central dando la hora y el tiempo estimado de viaje, aunque sabe que podría ser mucho más.
Echa un último vistazo por la ventana principal y ve aún las estrellas brillando en el oscuro plano del espacio que rodea su cuerpo. A un costado divisa una de las grandes alas de la estación espacial que va quedando atrás en un silencio que solamente se interrumpe por el sonido del traje. Abrocha el cinturón de seguridad y vuelve a la calma durante un corto momento antes de que un enorme golpe le haga perder el control de ese mínimo relajo que tuvo y de la nave. Al parecer fue un choque con alguna basura espacial que activa nuevamente las sirenas del panel que tiene a su disposición. Son demasiados giros a tan alta velocidad que no puede mover los brazos, aunque lo está intentando usando todas sus fuerzas, pero las rotaciones le tienen pegadas las articulaciones al asiento. Sabe que debe controlarse y no desesperarse, mantener la mente activa y no dejarse llevar por la calamidad y la gravedad, ya que perder la consciencia puede ser fatal. Unas vueltas más y con un esfuerzo necesario para empujar un camión, logra alcanzar los controles. Intentando maniobrar y al usar los pequeños propulsores laterales para detener el giro, logra bajar las revoluciones y estabilizar la maquinaria, aunque los giros siguen sin cesar. Logra ver en pantalla el mensaje que le informa una fisura en el casco central de la cápsula y al acercarse a los monitores un haz de luz proveniente del Sol entra por la ventana para darle directamente en los ojos generando una ceguera encandilada que dura unos cuantos minutos más de pesada angustia por no bajar el protector de su casco. Ve blanco y puede escuchar las alarmas aún. El mareo y el dolor se fusionan en su cabeza haciéndole una mezcla que le supera y lo único que logra percibir es que se está desmayando. Todo se vuelve negro por un rato.
Despierta con una bocanada y al acercarse al panel la tragedia se vuelve aún más terrible. El escape de la estación ahora es un nuevo encierro mientras la gravedad comienza a reconocer la masa de su cuerpo y la de su nave de rescate a la deriva en el espacio. La pesadilla ahora es no poder comunicarse con la central: el golpe destruyó parte del sistema de comunicación principal.
Siente la prisión en la que se encuentra. Durante su inconsciencia los giros de la cápsula se han desacelerado o al menos eso siente dado el entrenamiento que le brindaron. Las alertas siguen sonando y no hay comando comunicacional que las haga silenciar, mientras que la sensación proporcionada por sus otros sentidos indica calor en el exterior y los bruscos movimientos que sacuden sus huesos le inflaman la cabeza producto de la gravedad y la presión. ¿Está volviendo? Sí, pero no del modo que esperaba. En la blanca ceguera de no poder tomar el control, las náuseas y la intriga se vuelven enemigos que deslizan sus armas penetrando en la piel y en la capacidad de relajar su respiración y pulsación que comienza a superar el valor normal en casos extremos como éste.
Erráticamente pasa a llevar controles que desvían la cápsula de rescate en otra dirección nuevamente, aumentando los valores negativos de trayectoria haciendo que las sirenas sigan sonando de manera continua y dilatándose en sus tímpanos cada vez más. Esto le genera pensamientos desbordantes de impaciencia y accesos de locura que se disparan en su mente a velocidades extremas, como haces de luz parecidos al que ofuscaron su visión momentos atrás, produciéndole fotogramas de posibles desastres en su imaginación calculando las probabilidades.
La intranquilidad se apodera de sus manos y en un intento descontrolado por devolver la nave a su trayectoria normal, comienza a quejarse gruñendo y aleteando mientras trata de hacerse una imagen de las palancas y controles. Los casi imperceptibles roces a través de su traje en algún instrumento del panel le sirven de referencia de dónde está colocando los dedos. Por seguridad, no puede sacarse los guantes, ni menos exponer su piel al calor que cada momento que pasa, sube haciendo que la computadora indique con su voz, pacíficamente programada, que están sobre el nivel permitido indicando una inminente pérdida de oxígeno y probabilidad de explosión por pérdida de fuselaje.
Sonidos que se mezclan en los beeps entrecortados de la alerta de salida de trayectoria, aún imposible de ser apagada, hacen difícil concentrar el esfuerzo que pone en pos de sobrevivir. El blanco se convierte en negro cada vez que parpadea intentando normalizar la entrada de luz en sus ojos y cada vez cuesta más saber qué es lo que ocurre a su alrededor reduciendo las alternativas que van acercándose a cero. Aprovecha su última cuota de voluntad y se decide a botar todo el aire de sus pulmones, como si fuera a tomar aire nuevamente y lanzarse al mar. Vacía sus pulmones diciéndose mentalmente que puede que sea el último respiro de su vida. Se aferra fuerte al respaldo de su silla, agarra con todo las manillas a sus costados, se concentra en escuchar lo que está pasando fuera de su traje y logra, después de hacer un proceso matemático combinado con su memoria, estimar cuánto tiempo ha pasado. Inclina un poco su cabeza recordando el entrenamiento del año pasado, apunta lo más recto posible hacia adelante con su mano izquierda y espera.
Cuando la turbulencia comienza a detenerse, se estira y apaga las alarmas con un solo toque, abre los ojos y aún cuesta reconocer los colores, pero reconoce el que más le importa: el azul del mar indicando que ya está dentro de la atmósfera y que tiene aún tiempo para poder estabilizar todo. Mientras afuera la cápsula ahora resuena con la fricción de la aceleración de entrada desprendiendo láminas de metal. Se inclina un poco más y nuevamente presiona otro botón esta vez más arriba y siente unas escotillas eyectarse sin mayor problema, el sonido de la tela de los paracaídas abrirse y pegar el tirón de contra peso que, con la corriente del viento, devuelve la cápsula a su trayectoria normal después de planear por unos momentos.
La imagen de la ventana ahora es el océano de forma un poco inclinada y el cinturón de seguridad le molesta a la altura de los hombros por la gravedad y los giros a gran velocidad. Está volviendo a casa, sonríe, mientras siente que volvió recién a respirar. Solamente unos metros más y la cápsula flotará. Cierra los ojos una vez más esperando ese contacto deseado. El impacto es un estruendo de metal y agua que mojan la ventana pero que le dan calma. A lo lejos escucha hélices de helicópteros que se acercan y el bocinazo de un barco anunciando el aterrizaje forzado.
Pasan minutos antes de que puedan sacarle de ahí, pero al abrirse la escotilla, se alegra y llora a través del casco al ver una cara vistiendo ropas familiares preguntando si todo está bien con el pulgar hacia arriba. Levanta ambas manos y pulgares también en respuesta. Otra mano desde el exterior se extiende y desabrocha su cinturón. Se para lentamente aún soportando los malestares de turbulencia extrema y al salir de la cápsula mira hacia el cielo para ver el espectáculo final: La destrucción de la gigantesca estación espacial entrando a la atmósfera como un enorme meteorito de metal incendiado y a unos cuantos kilómetros de distancia otras cápsulas que han logrado escapar. Una imagen distópica y apocalíptica de una ciudad flotante cayendo en llamas atacada por un escuadrón de naves de otra galaxia.
Se ha salvado, se dice mientras aún no se secan las lágrimas en sus ojos algo aturdidos y dañados. Aplausos le acompañan mientras le retiran la escafandra espacial. Y a pesar de toda la desgracia y todo lo ocurrido, jura volver al espacio una vez más, con el propósito de dar la batalla.
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