La falda verde olivo te llegaba ligeramente abajo de la rodilla; solías ponértela con zapatos bajos y sin medias, lo que me permitía admirar las pantorrillas bien torneadas de tus piernas y tu piel suave morena clara que las hacía lucir tan bien. La usabas muy de vez en cuando, recuerdo que te rogaba para que te la pusieras más seguido.
Verte con la falda verde me despertaba la libido; era algo inconsciente que me hacía estremecer, tragar saliva, contenerme al verte tan bonita y no intentar llevarte de inmediato a la cama.
Había una magia especial en esa falda, como si al ponértela toda tú te transformaras. Por supuesto, mi apreciación no te hace justicia, con o sin falda verde te veías linda y mi amor por ti no menguaba.
Como reza la canción “La del vestido rojo”, así estabas tú: insoportable con la falda verde, tu carita de ángel y tu caminado. Verte así, me hacía pensar y desear mil tonterías, me volvías loco.
No sé nada sobre faldas de vestir, pero según decías que era línea A. Línea A, B C, D o cualquier letra del abecedario que fuera la dichosa falda verde, me seducía que la portaras, más cuando al abrazarte me hacía el mañoso y bajaba mis manos más abajo de tu cintura y sentía la suavidad de la tela de la falda y las formas de lo que había debajo.
¿Por qué tanto alboroto por una falda verde olivo que pudo ser de cualquier color?... No lo sé, porque entonces, a tus veinticuatro años, cualquier cosa te sentaba bien; pero en mis recuerdos, puedo aún ver tu imagen vistiéndola. ¿Y sabes?, para mí, es ya un recuerdo imborrable.
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