Las dioptrías no importan

Uno se pregunta qué tipo de conversaciones se oyen entre clase y clase en la cantina de la facultad de oftalmología. Veamos, pues, de qué hablaban Lucía y Raquel un lunes por la mañana.

—Está claro que los hipermétropes están mucho mejor dotados que los miopes —decía Lucía.

Lo único que estaba claro, pensaba Raquel, es que desde que Lucía tenía novio hipermétrope, no paraba de presumir.

—Pues mi miope me lo monta muy bien.

—Claro que sí —le respondió Lucía—, el tamaño no importa. Además, tu Carlos es un encanto.

A Raquel no le gustó la forma como Lucía había dicho «encanto», como si Carlos fuera un osito de peluche. Eso sí, se le llenaba la boca cuando hablaba de su nuevo novio. Ahora resultaba que además de hipermétrope y pollón, era surfista. Raquel se lo imaginó navegando sobre las olas con sus gafas de culo de vaso y le pareció lo más garrulo del mundo.

Entonces se acordó de Carlos y el corazón le creció en el pecho como una nube de algodón de azúcar. Pensó en su dulce sonrisa; en cómo la miraba con sus ojillos de topo tras las enormes lentes de miope; en cómo, el día que fue a declarársele, le entregó las flores a la vecina.

Justo entonces Carlos entró en la cantina, corriendo como siempre, porque llegaba tarde a clase. Lo vio pasar a lo lejos, pegándose trompazos contra las columnas y no pudo evitar sentir un poco de vergüenza.