-Permítame mencionarle Señorita, que he quedado prendado de su belleza. Me cuesta concentrarme en un mi tarea, y a esta altura diría que no sé si podré continuarla.


Sus mesas estaban separadas por apenas un metro. El bar bullía de parroquianos y élla, que se encontraba leyendo, se sintió halagada.


- Bueno, le agradezco. Y, ¿cuál es su tarea? si me permite preguntar.

-Soy un gran coleccionista de carozos de aceituna. Y me encuentro revisando mis catálogos.


Ella largó una sonora carcajada, y estuvo tentada de risa por un buen rato.
Finalmente dijo:


- Ahaaa, hace rato que no me reía así. Me hacía falta.

- ¿Puedo sumarme a su mesa? - preguntó él con cara pícara.

-¿Por qué no? - respondió ella sonriente.


El sol perdía su fuerza, mientras se escondía en el horizonte.

El mozo, que era un hombre de unos 50 años, sonreía de lejos mientras los observaba.
Testigo discreto de encuentros y desencuentros, intuía que algo bueno se estaba gestando una vez más.


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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 11/01/2023.