texto: 2013
Durante el 2003 escribía sendas biblias en fotolog debajo de la foto. Mi idea era dar a las fotos una extensión a la simple fotografía, convirtiendo la imagen en un recuerdo detallado del momento de la captura. Luego en el futuro, al revisarlas, las fotos tendrían voz y me contarían sentimientos y experiencias olvidadas.
Además, al pasar los años y convertirme en un vejestorio cara de repollo, más que mi propia imagen corporal, valoraría el recordar mi antigua forma de pensar, mi perspectiva de cada época de vida. También me preocupaba convertirme sin querer en algo detestable. Por ejemplo, Darth Vader, cuando joven y antes de ser esa eminencia de maldad, jamás anticipó que su odio lo transformaría y que su casco tendría forma de glande, y cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde para ambas cosas. La vida se encargó de corromperlo. En mi caso, y de forma más terrenal, no deseo ser un viejo amargado de esos que trabajan todo el día para ganar dinero, hundido en el stress y ver todo como la mierda.
Por eso, y como a los 18 años me quería y gustaba harto, comenzaría a inmortalizarme desde ya. Mis escritos serían fotocapítulos que leídos cuando adulto o anciano, serían capaces de hacerme recuperar mi pretenciosa sabiduría juvenil. Los fotocapítulos serían dosis de juventud que podría inyectar directamente en mi córtex cerebral. Tal motivación, generaría un gran regalo para mi yo del futuro, una inversión valiosa como comprar acciones que, con tiempo y de a poco, constituirían un gran tesoro personal. Porque seguro algún día desde la postración de mi cama, fliparía recordando anécdotas, imbecilidades, reflexiones, amores y tristezas.
Pienso en la vejez y recuerdo a mi abuelo viendo las noticias, cotidianamente opaco. Aquello lo encontraba sumamente aburrido como practica diaria. Mi relación con mi abuelo nunca fue cercana y casi nunca compartimos nuestras vidas. Quizá porque él fue un mal contador de historias o porque carecíamos de confianza mutua. También pudo ser que su edad le quito la lucidez y cuando me importo conocerlo de verdad, él apenas recordaba. Hace poco falleció. Nos unía la sangre pero su muerte física fue sólo eso y no la pérdida de un vínculo mayor. Bajo esa perspectiva, para mí, nuestro vínculo murió mucho antes de fallecer.
Si mi abuelo hubiera tenido escritos biográficos lo habría conocido. Imagino lo interesante que sería leer historias de mis antepasados, de mi tátara tátara abuelo, compañero de curso del amigo del pata negras de la esposa de Cristóbal Colón, descubridor de américa. Que fijo apenas llegó a las indias, intimó con una indígena de prominente nariz. Sí, como la mía, que luzco en pleno siglo XXI y que me da ese perfil de nariz respingada, pero hacia abajo. Mi linaje quizá inspiró el símbolo del equipo de futbol Colo-Colo y yo nunca lo sabría. Lamentablemente no hay una historia real y mis raíces se perdieron.
De tal forma podría ser el primero de mi árbol genealógico que comunique algo a mis futuros descendientes. Y en caso que muriese prematuramente en un accidente estúpido, el hijo que actualmente no tengo, podría conocerme de todas formas. Por todo lo anterior, debo practicar mi escritura, mejorarla, convertir un garabato autobiográfico en literatura, darle punch.
Así el escribir se convirtió en un hobby, un pasatiempo que agregar a mi larga lista de asuntos inconclusos.
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