texto: 12 de mayo de 2013


En los Simpson, Lisa creía que en la universidad conocería gente como ella. Tenía razón. Cuando entré a la U terminé con gente como yo. Casi viciosa, casi estudiosa, casi puntual, por ende nuestras notas eran casi aprobadas. De mis 150 compañeros en Derecho, mis amigos fueron el Oso, Notario, el Leñador y el Pollo. Una granja de especímenes que en nada parecían abogados. Éramos 5 gotas de aceite flotando en una elegante sopa de caviar, pero nos juntamos como una gran gota de aceite de cazuela inseparable, también impresentable.

Aplicando lo aprendido en Derecho, redactamos un estatuto jurídico para el Ebriclub. La casa matriz era el departamento de Notario. Allí estudiamos y nos dimos grandes bajones.

Una vez Leñador freía su hamburguesa mientras el Oso, volado y pegado, miraba hipnotizado el kétchup que le chorreaba a la mía. De pronto asoma una pistola. Notario se la compró para defenderse de los flaites porque una vez le pegaron y casi lo matan, también la usaba para echar de la casa a invitados indeseables, y para fines más lúdicos como el disparar al aire en la fiesta mechona y ver a la gente arrancar. El propósito de esta noche era dejarnos sordos de un cuetazo. Leñador se tapó las orejas, Oso seguía mirando mi hamburguesa y yo no sabía ¿Cómo taparme las 2 orejas sin soltar mi comida?

Quedaba mucha para tragarla de un mordisco. Y lo bueno del bajón, es chuparse los dedos y saborear la comida como si fuera la última. Y de haberla metido a la fuerza a la boca, con el disparo, la habría escupido para no atorarme con la risa que Leñador me contagia con su carcajada exagerada. Tampoco podía dejarla en el mesón, porque para el Oso la realidad y la pistola no existían, su universo paralelo comenzaba y terminaba en mi hamburguesa. Finalmente me tapé sólo una oreja y el ruido me hizo mierda la otra, porque al escuchar únicamente con la oreja libre como que se concentra más en escuchar. De alguna forma el Oso se las arregló para quebrar una ventana, y mientras Notario emputecido lo insultaba, el Oso volado y muy preocupado me dijo– Oye hueon, tu oreja está sangrando –. Probé mi sangre, estaba rica, era kétchup.

Entonces Notario quiso echarnos, no tanto por la ventana rota, sino por darse cuenta que las hamburguesas fueron preparadas con su reserva de panes duros y lo dejamos sin desayuno. Leñador, hincha hueas profesional, se encargó de echarle leña al fuego riéndose en la cara de Notario, mostrándole las muelas con los restos de su querido desayuno. Leñador era la versión chilensis de Francis Begbi, el violento sociópata bueno para los combos de Trainspotting. Era común verlo aparecer en la clase del lunes moreteado por alguna riña– Esto no es nada, hubieras visto como dejé al otro hueón –Así solía ufanarse. En sus venas corría sangre guerrera, Araucana, y nunca, pero nunca, debíamos dejarle beber vino. El vino lo transformaba, le hacía quebrar botellas y perseguirnos con el gollete. Nos tomó tiempo domesticarlo. Ahora es un animal civilizado. Aun así, nunca hay que dejarle beber vino.

Yo y Pollo, luego de reírnos a mares, siempre conciliábamos la situación. Cuando conocimos a Pollo era terrible pollo. Se podía contar con él para lo que sea, siempre te apañaba, es de esos tipos que, si estuvieras en la guerra y una granada te reventara, él recogería tus pedacitos.

El Pollo es el único que estoicamente sigue en Derecho en la Udec. Cuando lo he vuelto a ver, he visto como la carrera lo ha demacrado. Esta más podrido y, por supuesto, ya no es tan pollo. Todos los demás debimos escoger caminos más fáciles, y a donde sea que lleguemos, cada uno por su lado, espero siempre tenerlos de mi lado como amigos. Como enemigos serían terribles.