Ya era de noche, el cansancio se notaba en la cara. Ojos pseudocerrados y una ruta que pedía parar.
La decisión estaba tomada, un cartel que marcaba nuestro destino inmediato decía 20 km.
Las estrellas no acompañaban esa noche ciega, las copas de los árboles nos tapaban en un colchón king size.
Monte caseros era el lugar elegido. Desconocido. Lúgubre. Las luces de navidad, en el palier de algunas casas en las afueras mostraban algo de vida.
La ruta seguía, no había luces que avizoren una ciudad, un pueblo, algo. Solo algunas casas aisladas y el camino hacia una negrura que no parecía tener fin.
El auto, también cansado, refunfuñaba en una 4ta molesta.
Un cartel de bienvenido nos delata. Gente en la calle, miradas calurosas, una luz que no iluminaba.
Llegamos queriendo llegar. La oscuridad nos dio la bienvenida, nos abrazó como a todos sus habitantes. Un corte de luz general desde la tarde había dejado a una ciudad completamente a oscuras.
A lo lejos, cerca del río, un hotel 5 estrellas, una pileta y la luz que nadie pudo tener, estaba ahí.