Nadie vino a cenar con nosotros, así que alrededor de las dos de la mañana, mi hija Diana y mi esposa Pao se fueron a dormir; terminaron rendidas, después de preparar la cena de Nochebuena para recibir la Navidad. Cuando dieron las doce de la noche en punto, brindamos los tres con una copa de sidra, nos dimos un abrazo apretado y repartimos los regalos. El de Diana fue un libro: Los Miserables, de Víctor Hugo; a Pao le tocó una blusa de manga corta color azul claro y a mí, el cd del Magical Mistery Tour de the Beatles. Todos quedamos muy contentos con ellos. Charlamos un rato, escuchamos música navideña y finalmente me quedé solo cuando ambas se fueron a dormir. Yo también me sentía exhausto. Sobre la mesa aún había restos de la cena, pero ya no podía con el sueño, así que me senté en el sofá de la sala y supongo que me quedé dormido.
Me despertaron unos toquidos muy fuertes, de alguien que llamaba a la puerta. Miré el reloj de la sala: las tres cuarenta de la mañana. ¿Quién fregados podía ser a esa hora? Me incorporé medio soñoliento y en voz bastante alta, pregunté:
-¿Quién es?
- Yo, hijo. Ábreme por favor.
Abrí. En efecto, era mi padre. Estaba ahí, bien abrigado, pero con las mejillas y la nariz rojas por el frío.
-Pasa, por favor. No te esperábamos, menos en este día. Son ya más de cuatro años que no te vemos ni tenemos noticias de ti. No sabemos tu número de teléfono ni tampoco nos has llamado, aunque sea una vez.
Nos abrazamos con fuerza. Con cariño.
A pesar de la ropa gruesa que portaba, lo sentí muy flaco, quizá mal alimentado.
-¿Qué te has hecho? ¿Dónde has estado todo este tiempo? Ven, vamos a la mesa para que cenes algo. Te noto desmejorado.
-Venir me ha resultado difícil, no es sencillo salir de donde vengo, porque necesito autorización del patrón para ello.
- En todo este tiempo te he extrañado mucho, papá. Tu nieta me pregunta seguido por ti. También Pao. Dime que has estado bien, que no te ha hecho falta nada.
- Yo, estoy bien. Nada me hace falta; pero a ti sí. Sé muy bien que me extrañas, que te hago falta, que a ratos te quedas pensando, añorando mi presencia, mi consejo.
-¿Cómo sabes todo eso?
-Porque eres mi hijo y te conozco. Veo tus dudas y quisiera estar aquí para ayudarte a decidir.
- ¿Vives muy lejos? ¿Por qué no vienes más seguido? Diana está por cumplir los quince años y quiere su fiesta, Le daría un gusto enorme que pudieras estar.
- Los quince años de una niña son de la mayor ilusión.
-Te voy a servir de cenar.
-No lo hagas, no tengo hambre. Prefiero que platiquemos. Creo que nos hace mucha falta.
Conversé mucho rato con mi papá, hasta el cansancio se me olvidó con la emoción que me producía su presencia.
-Tengo que irme antes de que amanezca; en realidad, solo vine a desearte que pases una feliz Navidad.
-No puedes irte así nomás. Tienes que ver a Pao y Diana.
-No puedo quedarme. Tú bien lo sabes. Lo debes recordar.
Sus palabras me hicieron meditar un poco y de pronto, se me hizo la luz.
-Tú estás muerto. No es posible que te encuentres aquí.
-Es posible. En unas horas todo esto te parecerá solo un sueño, pero no lo es.
Nos abrazamos de nuevo y mi papá susurró:
-¡Feliz Navidad, hijo mío!
No logro recordar en qué momento se fue ni cómo lo hizo. Ya era de día cuando abrí los ojos y me encontré recostado en el sofá. La sensación que me queda de su visita efectivamente es la de haberla soñado. Pero mi yo interno sabe que es verdad, que mi padre estuvo aquí. Papá, dondequiera que te encuentres, también te deseo una feliz Navidad.
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