(Mientras espero sereno en la terraza a que mi mujer
salga a tomar conmigo el aperitivo conmigo)
Yo no le pedía mucho a mi sabático cielo estival,
desde el cristal, en mi terraza, desde este mi vaso,
yo ni siquiera quería que una divinidad me mirase
o pleitear algo más de ese astro rey tan cegador.
Yo no ansiaba respirar un aire diferente del resto,
de la montaña más alta de una foto de una postal,
yo no quería otro más que ese viento que es el mío,
mi particular pulmón de acero nunca se entregó.
Nunca quise subirme por más paredes que la mía,
nunca quise que más paredes se subiesen a la mía
Pero todos esos empinados desnudos alambres,
esas olímpicas pértigas lanzadas sin más destino
si no por aquel extraño, dudoso lorquiano progreso,
que va levantando sus cuatro columnas de cieno,
que predestina el destino sin preguntas formuladas,
avisado presagio de piedra, de cemento y de caos.
Nunca más vi caer la airosa, la poética tarde
que preanuncia la noche serena, esa luna que riela,
ni el viento que se ausenta a la aurora que se despide
y entre incontables ventanas gime sin más esperanza.
Ya había perdido entre el asustador entrecruzado,
entre todos esos cables que sin amor se abrazan,
la pasión que siempre pensé que soportaría al tiempo,
aquella desesperanza que me alejaba siempre de ti,
pero fue por tu sombra llegando que entendí la luz,
entre los cables, los alambrados y las paredes frías,
en el anodino paisaje que se me transmutó a tu presencia,
en el recóndito espacio que la memoria nos dejó,
en el abrazo que tardó tanto pero finalmente llegó
y en ese sábado de epifanía que te trajo de vuelta.
JIJCL, 24 de diciembre de 2022
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