La página está en blanco. Hace rato que trato de elaborar algo decente y las ideas se me entrecruzan sin que cuaje nada que me impulse a proseguir. Ni siguiera me auxilian esos clavos relucientes, libres de óxido y prestos a ser embutidos en la madera. Clavum clavo expellere, es decir, uno de ellos saca a otro congénere, recalca el dicho popular y jamás he entendido a cabalidad ese aserto. Traducido a gente, una persona molesta no podrá ser sacada de sus dominios instalando apegada a ella a otra persona con sus mismas características. Puede que, después de todo, congenien, simpaticen y se acompañen entre la tronadera de sus respectivos collares de melones.
La televisión trasmite un incendio descomunal en Viña del Mar, balneario de un pelaje un tanto más prolijo que su vecino Valparaíso. Las lenguas de fuego arrasan con multitud de viviendas establecidas en los cerros. Contrario a la ciudad, el barrio alto se apoderó de los terrenos que se extienden a la vera del mar. Los humildes contemplan a lomo de cerro la ciudad y sus circunstancias, pero en estos casos, son los primeros en transformarse en damnificados.
El fuego, sin embargo, amenaza con arrasar las zonas más bajas, entre ellas el Palacio de la Quinta Vergara, lugar en donde se transmite cada año el famoso Festival de Viña. ¿Lo será tanto o sólo es un anhelo de los organizadores de internacionalizar este evento? Me imagino retrocediendo milenios y me figuro que lo que arde no es Viña sino la Roma de los césares. Sones de lira algo desafinada fluyen en medio del desastre e incluso creo visualizar a Nerón improvisando una oda dictada por los licores ingeridos enrevesando aún más su mente distorsionada.
Pero la cosa urge y el Ministro del Interior informa de la situación más las acciones a seguir en esta emergencia. Duro. Y doloroso para los damnificados. Mala cosa para la gente y mandoblazo traicionero para un gobierno que no las tiene todas consigo. Una oposición vociferante, empecinada, sobre todo, humillada por tener que interactuar con personeros de colores extremos, léase comunistas, que deben provocarles santiguamientos y escozores varios. Además de su dureza en los términos con la sartén bien agarrada por el mango. Son mayoría, escollo que sólo se puede sortear con múltiples acuerdos, muchos de ellos onerosos, mas, todo vale si de algún modo se van cumpliendo los objetivos.
Pasando a otro tema, mientras las lenguas ígneas arrasan arboledas y viviendas lejanas, ráfagas enrarecidas cruzaron en estos días desde la cordillera y toda esa algarabía ajena se trenzó con las brisas que cruzan también y se vino a aposentar en nuestra mustia existencia. Luego se nos enredaron como guirnaldas en los cabellos ese griterío embalsamado y esa euforia albiceleste incendiándosenos los ojos de sana envidia que en verdad nunca es tan sana sino corrosiva porque la alegría ajena siempre provoca un no sé qué dentro nuestro. Bien por ellos, hermanos del otro lado, reconozcamos que los triunfos en el deporte no son lo nuestro y bien lo aseveró un ex monarca mundial de ellos: jamás serán campeones de nada. Mala leche gratuita del señor aquel porque eso ya lo tenemos asumido y no faltará algún incauto, o quizás no tanto, que teorice que aquella ofensa será un acicate para organizar un grupo bien parado que pueda ir a pelear de frente. Mal que mal, son once contra once sin contar a Messi, que mueve las extremidades como si fuera un octópodo. Perdonando la irreverencia, así como nosotros perdonamos las suyas.
Se me acaban las ganas de continuar dibujando letras en el papel virtual. Sólo aguardo que el infierno desatado de Viña sea aplacado y que la alegría ilumine a nuestros vecinos de allende Los Andes, en lo general, que en los días que se aproximan, la paz, la armonía y todas esas cosas bonitas que surgen de los labios de la gente se transformen en algo sólido, perenne, puras pamplinas, porque tenemos muy mala memoria ya que al poco tiempo estamos trenzados en discusiones bizantinas que no conducen a ninguna parte. Igual, la ilusión se mantiene firme. Felicidades para todos y cada uno.