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Tras una larga agonía, el pino azul es desguazado por el jardinero. Don Herve, ya lo he mencionado en algún otro párrafo, puso en marcha su nada quirúrgica sierra y sin un padrenuestro mediante, fue talando las ramas del menguado árbol. Estas se abrieron hacia los costados simulando brazos y manos decrépitas que se alargaban bajo el sol candente pidiendo misericordia.
Mencioné también en su ocasión que las ramas se abrían caprichosas en un punto, formándose una figura alargada que con muchísima imaginación uno la podría homologar a la imagen de la Virgen María. Tengo fotografías para patentar esto que ni siquiera quisiera trasladarlo a los lindes de lo religioso, atribuyéndolo en su momento a la simple casualidad. Mencioné que ese fenómeno consistente en atribuirle características humanas a objetos inanimados se denomina pareidolia. Dos ojos ovalados de una cómoda parecieran asentir lo que he dicho.
Unos tirones enérgicos bastaron para que el pino fuese arrancado por fin. Un suspiro, acaso el amago de un sobrecogimiento se unieron al ritmo acompasado de nuestros latidos: haciendo un parangón con aquel canto de Alberto Cortés, cuando un árbol se va, deja una tumba vacía. Qué duda cabe.
Lo cierto es que al día siguiente el sol merodeó la figura inexistente del arbolito y prosiguió de largo, estampando su pozo de oro en esa abertura mustia. Con un sentimiento que conllevaba mucho de curiosidad, contemplé a los demás árboles. Esperaba, inocente de mí, alguna ligera inclinación de las ramas del limonero o un estiramiento forzado del gomero aparentando seriedad mientras aquietaba en su nervadura algo de esa melancolía que queda flotando cuando un conocido nos deja. Nada percibí, si bien intuyo que lo supieron por el cableado subterráneo de raíces y lombrices encargadas de trasmitir tales nuevas.
La gata Pía, que descubrí al fin que era hembra y a la que también he mencionado en otro relato, hizo una pausa al descubrir la hendidura y se dirigió hacia su lugar de plegarias. O eso pareciera que es su afán porque se encuclilla en los ladrillos y contempla las alturas. ¡Pamplinas! Su punto de mira deben ser los insectos, alguna lagartija distraída o un pajarillo de plumaje ensortijado. De todos modos, ahora la llamamos Pía, suponiendo que el dueño de la minina la haya bautizado de otro modo y que en cada casa que ella ingresa e incursiona como ama y señora seguramente obedece a otros apelativos. Cosas de gatos, por supuesto. Y cosas de viejo, dejando al pino descansando en paz y comunicada, como es de rigor, la noticia a don Enrique. Sus casi noventa y ocho años los sobrelleva entre crujidera de huesos y quejidos surtidos. Ha perdido gran parte de su movilidad pero su mente todavía hace las conexiones necesarias para entenderse con los demás.
Su hija le ha dado a conocer el triste destino del pino azul, el mismo que él supervisó cuando fue plantado en el jardín. En sus ojos se dibujaron dos lunas melancólicas que disimuló entrecerrándolos. Es sólo un dato más de la causa ya que una larga lista de contemporáneos suyos se le han anticipado en ese viaje hacia el más allá.
-Siempre dije que no había que regarlo- musita con esa voz que se le ha ido para adentro.
-Nadie lo regó nunca. Sabíamos que no debíamos hacerlo. Sólo mojábamos sus raíces. Era lo dable.
Pasea el viejo su mirada triste y uno imagina que pasa lista a la hilera de difuntos que lo anteceden, incluso un hermano mucho menor que él y que hoy descansa en el litoral.
Pues bien, anciano disputándole cada segundo a los designios y mirando de reojo al bueno de don Herve, hombre de pocas palabras, certero en sus juicios y módico en sus tarifas. Algo tiene de funebrero el hombre y eso intuyo que desacomoda de algún modo al anciano.
De todos modos, así como a algunas personas a las que les han cercenado cualquier extremidad, por un sistema reflejo la continúan sintiendo latiente en su cuerpo, del mismo modo, ¿no continuará ese pino azul desplegando imaginariamente su ramaje y experimentando el calor del sol que reaviva su savia, muñón sintiente y fantasmal? ¿Acaso como lo harán los muertos, visitando a sus familiares pese a que ellos sólo experimentan su ausencia? Para pensarlo.













Texto agregado el 16-12-2022, y leído por 179 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
18-12-2022 Una de las características que tenemos es darle sentimientos a la naturaleza carente de cerebro. Sentimos el dolor que imaginamos, lo que puede tener en este caso, un pino. No deja de ser trabajo arduo para las personas que al sembrarlos quieren verlos como grandes árboles. Hay veces que por su gran tamaño y vejez pueden poner en riesgo la vida de algunas personas. Y en otras son el hogar, cómo en el caso de los que mencionas. Un abrazo. Azariel
18-12-2022 Que historia más hermosa has escrito, amigo. Al leer tu texto, siento ese desasosiego y dolor por el pino azul talado. Y empatía con don Enrique por su edad y su tristeza al saber el triste destino del pino. Muy bueno. maparo55
17-12-2022 Comparto lo que los compañeros han dicho sobre el árbol talado. Un abrazo mi buen y feliz fin de semana. sendero
17-12-2022 Me olvidé de comentar algo, sobre esa sensación que siguen experimentando las persona en sus miembros amputados. Ademas de sentirlo como si aún les perteneciera, también les siguen doliendo ese miembro amputado. Prueba de que el dolor se experimenta sobre todo en la mente. Tus textos se caracterizan por tener una gran variación sobre un mismo tema. Excelente, amigo. Abrazo. vaya_vaya_las_palabras
16-12-2022 Tu texto me produce tristeza por ese árbol que representa millones más que minuto a minuto son talados, como también la matanza de animales para consumo, o la tortura a que someten a tantos animalitos para producción de leche y huevos. Sheisan
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