El reloj marcó las once.

X exhaló una vez, un respiro largo y ruidoso, contando silenciosamente hasta seis. «Uno, ¿por qué me tiene que ocurrir esto?; Tres, ¿qué es lo que estoy haciendo mal?; Cinco… debo organizarme».

Dejando la boca estirada hasta que ni aire ni humo salía ya de su garganta, apagó la colilla y cerró la ventana. Con un lento caminar, la espalda curva y párpados pesados se abrió camino hacia el dormitorio.

Ciertos personajes intentaban obstaculizar la ruta, no querían que se fuera y ella los entendía. Tampoco se quería ir pero tuvo que cruzarlos, ignorarlos, porque ya no veía claro, tres veces despertó con las manos en el teclado; se le enfrió tres veces el café.

Suspendidos en el aire frente a la máquina de escribir, quedaron los sueños despiertos, esperando que el nuevo mañana brindara otra oportunidad para ser escritos.