Caminaba esa mañana por la orilla del mar, observando el mundo que me rodeaba. Mientras lo hacía, noté a una anciana sentada en la rambla o murallón a la orilla del agua. Tenía unos noventa años y estaba impecablemente vestida, accidentalmente se le había caído un hermoso pañuelo de seda. Me acerqué a ella y lo recogí entregándoselo con una reverencia exagerada. Ella sonrió, divertida, y me agradeció con un extraño acento alemán. Sus grandes ojos azules seguían siendo hermosos y se abrieron enormes de sorpresa.
La saludé y seguí mi camino, pero algo del encuentro me quedó grabado. Regresé unos momentos después y le pregunté si esos hermosos ojos azules le habían traído más beneficios o más problemas en la vida. Ella rió suavemente, con la elegancia que sólo poseen las personas mayores y educadas. Después de unos minutos de conversación, me senté a su lado y empezó a relatarme su historia.
Era oriunda del país, pero a temprana edad quedó huérfana en un accidente que se llevó a sus padres. Sin familia, fue adoptada por una congregación de monjas y criada bajo su cuidado. Cuando tuvo la edad suficiente, fue educada y se convirtió en una mujer culta, bonita y agradable.
Un día, la Madre directora del convento, la llamó a su oficina para presentarle a un extranjero que buscaba una joven para casarse e instalarse en Suiza. Con pocas opciones y poco conocimiento del mundo, accedió a ser su pareja.
Juntos llevaban una vida tranquila y lujosa, su marido era amable, ordenado, culto y atento. Nunca tuvieron hijos, pero eran felices. Cuando él falleció hace unos meses, ella decidió regresar a su país natal y visitar el convento donde se había criado.
Pero cuando llegó, se encontró con que el antiguo convento había sido derribado y no quedaba nada de su vida anterior reconocible ni del país en el que había crecido. Estaba algo triste, pero también agradecida por la oportunidad de recordar su pasado y las circunstancias que la había llevado a donde estaba ahora.
Escuché su historia con respeto, sorpresa y admiración... Cuando terminó, para animarla, me ofrecí a tomarnos algunas imágenes juntos e intercambiar correos electrónicos para que pudiéramos mantenernos en contacto. Ella estuvo de acuerdo, tomamos algunas fotos e intercambiamos la información.
Unos días después, le envié algunas de las fotos que habíamos tomado, incluida una de sus hermosos ojos azules que había titulado "Ojos inolvidables". Horas más tarde, recibí un mensaje de ella en WhatsApp, agradeciéndome por las fotos y diciendo que nuestro encuentro casual había sido lo que "había salvado" su viaje. Ella me llamó un "compañero de escucha inolvidable" y sentí un extraño nudo en la garganta al leerlo. Nuestro breve encuentro había significado más para ella de lo que jamás podría haber imaginado y sin duda asimismo lo fue para mí...
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