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Mátame el deseo

uno

Transcurrían dos semanas desde que la pequeña embarcación sucumbió. El antiguo motor de la lancha se estropeó en plena tempestad y los remos auxiliares se perdieron para siempre entre las olas espumosas de la marejada. Fue un milagro de San Pedro que haya podido sobrevivir después de tantos días a la deriva. Su nave terminó destruida en los roqueríos de la deshabitada isla.

Cada día el náufrago se plantaba en la orilla del islote para contemplar el horizonte en busca del anhelado rescate. Temía mucho enloquecer a causa de la soledad y perder la dentadura por la falta de aseo.

Apenas quedaba agua en el bidón que rescató y el hambre lo devoraba sin misericordia. Para evitar la terrible hambruna dormía casi todo el tiempo. Padecía de quemaduras solares y lucía unos labios deformes por las llagas y los sarpullidos.

Estaba harto de comer pulgas de mar y uno que otro bicho de por allí. Deseaba con toda el alma algo de comida verdadera. Esta era una idea constante que le causaba angustia y no desaparecía.Ya estaba aburrido del gritoneo escandaloso de las gaviotas y del omnipresente sol que partía la piel y que a veces insolaba. Deseaba compañía. Ya no soportaba el abandono ni las heladas. Sobretodo extrañaba a su mujer. Le causaba agobio tener que tocarse una y otra vez para calmar su permanente deseo. Extrañaba a Lucy, su hermosa novia; las ardientes caricias de siempre; su sensual cintura vista desde todos los ángulos. Sobre las rocas del entorno el testimonio de su fallida y abundante descendencia se confundía con el guano de las aves marinas. Tendido de espaldas la imaginaba montada entre gritos y a horcajadas mientras se tocaba insistentemente hasta el paroxismo. Ésto se había vuelto recurrente.

Dos

El destello de los rayos de luz lo pusieron en alerta. De un brinco se incorporó para corroborar lo que veían sus ojos. Con mucho sigilo se acercó arrastrándose por la arena como una salamandra hasta quedar a unos metros de la playa. En la orilla una tremenda aleta plateada se sacudía dando poderosos azotes sobre el agua y la arena. Parecía un bacalao gigante, aunque a juzgar por sus escamas podría haberse tratado de un enorme marlín. Tal vez una foca pero el plateado no encajaba. Todo se volvió extraño y fantástico cuando entre aletas y algas desmembradas distinguió esos finos brazos de mujer y aquel cabello espumoso y brillante que apenas lograba camuflar los ojos violeta que de golpe lo miraban con embrujo. Por más que se restregó una y otra vez con las manos, la imagen de la bella sirena mirándolo sensualmente no desaparecía. Quiso atribuir todo el brote a una insolación o quizás al hambre y la sed con las que ya no podía, sin embargo todo esfuerzo fue infructuoso.

Al contemplarla ahí tendida de costado con los senos semi ocultos entre la enredadera del pelo; la emoción lo embargó y luego el nerviosismo. Entre llantos ahogados y sentidos ruegos agradeció el milagro con los brazos extendidos. Ella no paraba de mirarlo con esa sensual e inocente mirada de doncella tratando de entender lo que sucedía. Estaba exhausta de tanto intentar vanamente volver al mar. A él la baba se le caía. Como pudo armó una camilla con unos cartones que encontró y la arrastró ansioso hasta las dunas. Había soportado todo por lo que no demoró mucho tiempo en sortear los obstáculos y acomodarla con suavidad sobre la arena tibia. Entonces con muchísimo cuidado comenzó por los redondos y espigados senos.

Tres

En cuanto estuvo listo, recostó a la sirena sobre las dunas y con desenfreno comenzó a disfrutar de la blandura, de la frescura de su lubricada piel, de sus meloncitos maduros, hasta de sus ojos sin pudor. De cuando en cuando ella lanzaba unos alaridos como de dolor y ponía su carita de espanto. Las curtidas manos de pescador no paraban de acariciarla frenéticamente. El refinado sabor de su piel mientras la recorría entera con la boca, le recordaron el paraíso. Saboreó y saboreó hasta el éxtasis. Por un instante los recuerdos de Lucy estallaron en su mente: . Lucy tenía la receta para disfrutar de aquellos dionisíacos menesteres con tantísimo involucramiento. Se mantuvo así extasiado como un animal insatisfecho hasta el preciso instante en que la maldita espina le atravesó el buche. Despavorido lanzó la presa fresca de sirena sobre una roca cercana. Ahora el aire comenzaba a escasear y la desesperación crecía como un globo.

Antes de caer abatido para siempre sobre la arena con aquel tono verde-azul en la piel y la mirada fuera de órbita; lamentó muchísimo haber puesto atención a su canto y más aún, no haberla poseído antes de engullirla como ceviche fresco. O como quien dice: del mar a su paladar.

Texto agregado el 05-12-2022, y leído por 123 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-02-2023 Título propuesto "Mátame de deseos". Saludos nazareo_mellado
04-02-2023 Muy bueno. Con sabor a poco. Un desenlace algo apresurado y que , en lo personal, me resulta incomprensible. ¿Porqué ese color? Era venenosa? nazareo_mellado
05-12-2022 jajaja que final inesperado para un relato diferente y muy entretenido. Me gustó. Saludos y felicitaciones por tu imaginación. sheisan
 
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