Algún tiempo después, por los años en que a la gente le dio por salir de los armarios, nosotras tuvimos, precisamente también, que salir, pero de una manera física, nada imaginaria- origen, como se explicará, de la metáfora. Y no de forma voluntaria- como se dejó vislumbrar en estas páginas verdaderas. El caso es que nuestra madre olvidó el monedero aquel domingo: elemento precursor de las colectas eclesiales- vulgo "cepillo". Y a tal fin- el de recuperarlo- volvió a casa inopinadamente y de manera harto intempestiva, e incluso, me atrevería a decir, inoportuna.
Así fue cómo se supo que andábamos de armarios. Y ello, por el hecho sencillo de tener que utilizarlo a fin de encubrir aquellos polvetes dominicales en que la pasión y el nefando vicio nos tenía inmersas. Desde entonces, en casa, se abordaba la cuestión con referencias, más o menos veladas, a hecho tan extraño como fuera encontrar a Laura- completamente desnuda y visiblemente excitada- dentro del armario de mi habitación, con aquella expresión.
La criada- éramos una familia de posibles, como también metafóricamente se decía-, cada vez que se hacía referencia a la salida del armario, preguntaba muy extrañada por la cuestión de la mención a tal alojamiento ropero de manera tan continuada y extraña.
Así fue cómo, y no de otra forma, se empezó a generalizar el uso de la expresión "salir del armario". Gran metáfora que se fue expandiendo, primero por el barrio, más tarde por toda la población, luego por la comarca, y así hasta abarcar al mundo entero.
La abuela- que estaba una "migajita" sorda y no se enteraba mucho- cuando captó aquello del armario y oía referencias al hecho de haber salido alguien del armario, no se le ocurría otra cosa que preguntar.
- Y qué hacía(fulano de tal) metido en un armario.
También, aunque esta es otra historia, lo de "cepillar", para referirse a negocios sexuales y amatorios, vino asimismo de la razón de aquel olvido del elemento portador del monetario, que, a fin de subvenir las magras reservas eclesiales, vino a recuperar nuestra madre, pillándonos casi in fraganti- como se dijo. Por lo que nuestra familia ha contribuido bastante a la renovación del léxico patrio. Y todo por aquella costumbre tan particular de aprovechar- véase el capítulo primero de esta historia- bien los domingos.
Pero, hay que decir en nuestro favor, que todo fueron sospechas. Bastante fundadas, pero sólo sospechas; por lo que pudimos seguir una vida convencional sin mayores contratiempos. Hoy, mucho tiempo después, y alejadas nuestras vidas con mucha tierra de por medio, imagino a Laura evocando su juventud cada vez que los medios hacen referencia a la rara costumbre de habitar y deshabitar armarios.
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