No quiero tenerle miedo a la pena,
al desasosiego que viene tras la pérdida,
sentimiento tan imperfecto, tan dolorido,
el silencio de lo inexplicable del adiós,
un dolor de cuerpo presente, estático,
inocencia incorruptible que vivirá siempre,
el recuerdo de esa voz que se fue apagando,
en la primera, la última de noche nuestras vidas.
No quiero tener en la pena mi consuelo,
en la mirada perdida, la pregunta sin responder,
la última vez en que creí en la esperanza,
en el duelo entre la razón y la locura,
entre el pasado que aún está tan presente,
el futuro que será siempre una lástima vigente,
la desesperación contenida en un solo gesto.
No quiero vivir de la muerte el sueño imposible,
esa verdad inexcusable que no me trae consuelo,
ni esa fe capaz de construir mitos apaciguadores,
incipientes eran las alas que nunca llegaron a volar,
un nido que te dejó de acunar tan temprano;
mi lamento se difumina entre la amarga tristeza
y la pena que ya no me va a asustar más.
JIJCL, 4 de diciembre de 2022.
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