Su calle para subir y bajar era la Papi Olivier. Y se trataba de un hombre de mediana estatura, con los trazos, de los que para el pueblo daban ser buen mozo, fino. De pelo lacio, ojos casi claros(grandes) y de pestañas abundantes, con bien formados arcos sobre sus párpados. Tenía un caminar jadeante y lo hacía con un ímpetu, que no le rendía mucho, para el esfuerzo que le costaba.
Su voz de fuerte entonación y con el afable carácter de un hombre conversador. Pero de un tema único: la pelota de grandes ligas. Y en una época que seguirla era toda una odisea. Porque los artistas de la narración del momento, primero la escuchaban en inglés con un retrazo bastante prolongado. Y luego de traducirla y añadirle una bulla pregrabada, la sacaban al aire.
Pero se daba otro inconveniente: Y era que todavía no habían llegado los radios de pilas japoneses. Y eran pocos los hogares con los alemanes de corriente alterna. ¡Quedando claro que él no lo tenía! Algo obvio por la costumbre suya de ir preguntándole al transeúnte por el desarrollo de los juegos. Hábito que pronto delató su exagerada simpatía por el pitcher nuestro de los gigantes de San Francisco.
Punto aprovechado por el perverso ingenio popular, para cambiar los datos al decirle cómo iba el partido. Poniéndolo todo en contra del lanzador endiosado por él. Pero la parte peor, fue que algunos que sí les daban la información correcta, les provocaron un rechazo por los mentirosos. Y peor aún pasó: porque pronto se generalizó la información errónea. Llegando al extremo, de que ya ni siquiera importaba sí se estaba ó no en la temporada beisbolera.
Empeorando tanto el asunto, que se le oía vocear toda clase de epítetos en contra de los que apenas les miraban. Y su desajuste mental creció tanto, que llegó a tirar piedras y pegar trompadas a los caminantes, que imaginaba, les llamarían por el apodo: ¡Marichal Perdió!
|