Una noche de domingo.
El domingo se presentaba plúmbeo, las nubes tapaban el cielo hasta hacerlo parecer como un manto oscuro cubriendo la ciudad.
Todo presagiaba la gran tormenta que se avecinaba.
Tal era la oscuridad que ni los gatos, callejeros de por sí, se animaban a bajar de sus azoteas.
Era una noche propicia para una reunión familiar, con juegos de mesa, como lo hacíamos antaño cuando vivían nuestros padres, cuando éramos chicos sin computadoras ni celulares, pero donde se podía hablar y ver los rostros de nuestros familiares y amigos, sin creerlos ausentes.
Ese domingo debido a que vivimos muy cerca, mis tres hijos, mis cuñadas, mis hermanos mi esposa y yo junto a los hijos de ellos armamos el arbolito pues la navidad estaba próxima para luego poner sobre la mesa los cartones de lotería y hacer girar el bolillero, todos gritaban al unísono cada vez que salía una bolilla ganadora para el o los que la tuvieran en los cartones, la alegría era nuestro plato principal, las peleas no pasaban de ser debido a alguna bolilla mal cantada y eso era todo, por unas horas nos volvimos a sentir felices en familia.
De antemano mi mujer pidió que guardaran todos los celulares, queríamos volver al pasado tan sólo por una vez y así se hizo.
Así pasamos aquel domingo hasta la noche cuando sentimos en la cocina, unos gemidos, era lo que temía, mi esposa que estaba en su noveno mes de embarazo había comenzado a sentir que nuestro hijo quería salir de su caparazón y ahora sí que todos gritaban a la vez, cada uno dando su opinión de lo que debíamos hacer, era tarde y con la lluvia que se había desatado y el frío insoportable de una noche de pleno invierno en Bariloche con la nieve tapando las veredas, no era para menos, aquello a pesar de lo inesperado para ese momento, me hizo esbozar una sonrisa, parecía una película italiana donde todos hablan a la vez y nadie entiende nada.
Luego de algunos minutos mi mujer se incorporó en la cama donde la habíamos acostado y con cara muy seria nos hizo callar.
Con sólo mirarla supe que el bebé vendría más rápido de lo pensado.
Al fin cuando todos guardaron silencio y sin saber qué hacer como suele pasar cuando más necesitamos una buena idea ella muy despacio nos dijo.
----- Todo el día con esos benditos celulares y ¿a ninguno se les ocurrió que necesito una ambulancia?
Dicho esto, los celulares volvieron cada uno a su dueño y al poco rato había dos ambulancias y un patrullero en la puerta de mi casa.
Al día siguiente nuestro cuarto hijo ya se encontraba con nosotros y gracias a Dios todos estaban conociéndolo y llenándolo de regalos.
Esto sucedió hace un año, pero luego de algunos meses el invierno volvió y otra vez, la familia estaba reunida dispuesta a volver a jugar y esperando que mi mujer nos dijera a todos que guardáramos nuestros celulares, pero esta vez fue diferente.
Le dije que se había olvidado de pedir los celulares para guardarlos a lo que ella me contestó que, desde el invierno pasado, esos aparatitos eran sus más fieles amigos y que a pesar de querer volver a revivir el pasado, éste como todo en la vida había pasado, no en el olvido, pero si en el tiempo y que tendríamos que acostumbrarnos a vivir con el pasado sin olvidar el presente.
Lo curioso fue que, a pesar de no guardarlos, nuestros celulares permanecieron en el bolsillo de cada uno y por unas horas más volvimos, sin querer, al pasado.
1/12/2022
Omenia.
|