Teoría de la sincronía opuesta.

Blue.

De pronto la radio del guardia interrumpe el letargo. Estuvo cabeceando frente a las cajas por la fatiga. Viste un impecable uniforme azul; pechera porta radio y una luma de goma colgada al cinto. Desde la sala de control lo alertan de la presencia de una pareja de mecheros en el pasillo de las verduras:

-En pasillo 12, señora de la tercera edad; mediana estatura, tez blanca; porta cartera donde lleva lo hurtado; abrigo y carro mediano con abarrotes de aseo y otros lácteos. El hombre que la acompaña en la cobertura cojea; lleva puesto cortavientos deportivo color azul; ambos ocupan lenguaje de señas para la coordinación y se desplazan juntos a corta distancia. Favor precaución porque al parecer la mujer porta un elemento corto punzante en una de sus mangas ¿Me copió colega?.

-Copiado jefatura, con la debida precaución procedo a acercarme de inmediato.

En estado de alerta el guardia de turno las enfiló ráudo por el pasillo 7 de los condimentos, con nerviosismo y el miedo a cuestas. Conocía la violencia de estas bandas de mecheros cuando eran sorprendidas en flagrancia.

Blanc.

La vine a encontrar de nuevo en el pasillo de las galletas. La busqué por años; luce casi igual. Pese a su edad, mantiene la jovialidad, eso se nota en sus gestos. Me pregunto si su voz dulce y acogedora será la misma de entonces.

Un 16 de abril ella me sacó del coma. Todos mis cercanos pensaron que ya no me libraba. Me caí de la moto y volé por el aire. Terminé hecho un saco inservible de huesos rotos. No supe nada hasta el día que desperté. Desde entonces cojeo. También mi madre confesó su entonces desesperanza y ahora eso le pesa. Mi hermana contó que incluso hicieron la repartija anticipada de mis órganos.

Debería llamarse Elisa y según mis cálculos, ya sobrepasa los 60.

Recién, cuando la miré a los ojos, sentí la gratitud adherida al corazón y el deseo de enredarla en un abrazo fraterno. Eso sí, no me atreví. Tal vez no sea la misma enfermera del hospital. Literalmente doña Elisa me había devuelto la vida. Allí está y me emociona verla de nuevo. Han pasado años desde entonces. Aún tengo grabada esa dulce voz susurrándome al oído; sus plegarias; su alegre canto; su calidez; el suave trato. Por encima de todo me emociona la fe que tuvo. Ella fue así con todos. Tengo ganas de correr a abrazarla pero la personalidad no me alcanza para tanto.

Rouge.

Doña Elisa se levantó en punta de piés para alcanzar el yogurt. Ya casi no quedaba tiempo para almorzar, debía volver a su turno en la clínica. Afligida la veterana enfermera avanzó buscando el pasillo de los aceites. El supermercado bullía de gente cuando notó que alguien la observaba con ademán extraño desde el sector de las carnes. Primero se preocupó, luego se sintió inquieta. Notó que el sujeto caminaba extraño; parecía cojear. -Los cojos son los más perversos- pensó inquieta. -Venezolano o colombiano seguramente- concluyó. Con mucho nerviosismo aseguró la cartera y giró la vista en busca de un guardia. Encontró uno al final del pasillo. Para estar segura avanzó lentamente hacia él. Seguidamente lanzó una mirada sobre sus hombros y constató que el maldito cojo la seguía por el pasillo. -Ya no es posible vivir en Santiago- sentenció. Se puso a transpirar helado y a respirar pesadamente. Con el pulso acelerado y las pupilas dilatadas, sintió de cerca el acecho del psicópata en el sector de las verduras. Tuvo ganas de ponerse a gritar pero un nudo en la garganta le puso freno a su deseo. Recordó que llevaba unas tijeras en el bolso que solía usar para cortar apósitos. Con nerviosismo las escondió bajo la manga y esperó a que se acercara con actitud de presa.

- Cao Carvajal