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En el camino hacia su casa el músico me explicaba que ya había nacido uno y que el otro no podía. El otro estaba atravesado. Un producto en transversa, en cualquier parte, es cesárea. Y ahora él me decía: «haga lo que pueda médico. Si se va a morir, es mejor que se muera aquí» Faltaba una hora para el amanecer. Aullaban los perros y la brisa traía el olor de las limonarias.
Para fortuna mía la parturienta hablaba español y dos parteras estaban presentes, que intentaron salir en cuanto me vieron, pero les dije que ellas me ayudarían. Quité las imágenes religiosas de la mesa, y ayudamos a la señora a subirse y tenderse sobre ella. Colgué de las vigas dos frascos con suero y canalicé una vena, que previamente había entablillado el brazo para protegerla. Las señoras me servirían para levantar sus piernas. Por fortuna tenía un buen arsenal de medicinas, que poco a poco fui reuniendo cuando hacía mis prácticas hospitalarias. Una hora después, la luz del cuarto mejoró con dos lámparas de gasolina. Cómo si fuese un viaje, todo parecía estar en orden, estaba a punto de partir con mis pasajeros. Ella había tomado bríos con el suero y su cara se había destensado al percibir que la acompañaríamos. Afuera los gallos cantaban en relevos. En el suero estaban las sustancias que llevarían a la pasajera a un sueño profundo, quizá unos diez minutos, críticos, vitales. El borde entre la vida y la muerte.
Antes de la cesárea los médicos de aquel tiempo intentaban lo siguiente. Yo parecía escuchar aquella clase en que el viejo maestro nos dictaba: «Metan la mano y traten de localizar el producto, dónde la cabeza, donde están los pies. Localicen la mano y traten de saludarlo, si su mano encaja, podrán imaginarse cómo está situado. Recorran el cuerpo para llegar a sus pies y sujétenlo, trabando sus dedos entre los dos tobillos. Muy despacio, lleven los pies hacia el pubis, y al llegar harán que de una maroma. Sacaran los pies y a lo último quedará la cabeza. Una equivocación y la matriz se desgarrará».
Han trascurrido muchos años y lo recuerdo como si fuese ayer. El día en que una mano invisible entró a la yema de mis dedos y me dio la increíble belleza de salvar a una madre y a su hijo.

Texto agregado el 22-11-2022, y leído por 183 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
28-11-2022 Un dilema que rebasa el conocimiento médico para entrar en el terreno de la ética. Soluciones que se avientan por la vía de la inspiración y la experiencia añosa del médico. Abrazos, amigo. Guidos
24-11-2022 Imborrable experiencia. La sabia audacia del médico, y esa mano invisible salvando dos vidas, ¡cómo podría olvidarse! Grande, amigo querido, por tus letras, por tu intensa tarea médica. Abrazo grande Shou
24-11-2022 Que satisfacción habrás sentido al salvar esas dos vidas yosoyasi
23-11-2022 Que hermosa vivencia, sendero. Hago mías las palabras de mujerdiosa, tu relato me llevó a reflexionar en torno a lo mismo. Gracias. gsap
23-11-2022 Lo más hermoso de la vida es justamente la llegada a la vida de un ser nuevo, el médico y la paciente se transforman en uno solo para realizar el trabajo que debería, siempre culminar con ese nuevo ser en brazos de su madre. Me encantó y aunque mis cuatro partos fueron sin cesárea, siempre estaré agradecida a los distintos médicos que me atendieron, un abrazo. Felicitaciones. ome
23-11-2022 Corrijo: espectadores en siglos pasados. azariel
23-11-2022 Excepcional trabajo, felicidades por tan digna profesión. Me gustó lo de la perfusión, gran ingenio. Resulta como ser espectadores en el siglo pasado y hasta se puede imaginar, aparte de la descripción, el ambiente rudimentario. En cuando a la madre pienso que pasara un tiempo percibiendo la sensación de la hábil mano acomodando a la criatura y halándolo por los tobillos. azariel
23-11-2022 Ha de ser un momento único en la vida, un hito. La cantidad de sentimientos y emociones que pueden pasar en tales momentos ni alcanzo a imaginar. Maravilloso!!! MujerDiosa
22-11-2022 —Una segunda parte que habla de amor a la profesión. —Creo que fue la destreza de las manos manifestada en todas las yemas de sus dedos al acatar a la perfección la instruciones del médico que su vez actuaba siguiendo las instrucciones del viejo maestro que como director de orqueta omnipresente dirigía esta sinfonía por la vida. —Abrazos. vicenterreramarquez
 
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