UN MAÑANA INCIERTO
Un café negro y un pan fresco, se sirve en la cafetería. Esa que es anfitriona para redactar un relato. Mi lápiz y un block de hojas en blanco tipo carta esperan al lado de la taza de café y el pan recién horneado. Una canastilla tejida con palma seca, acoge en su interior las servilletas que visten mi pan. Inspiro el aire que trae la brisa marina. Huele a algas en descomposición. Alguien dice que se avecina, una tormenta, que es un huracán que golpea a la Florida, que cada día estamos peor y que el caos es por el efecto de invernadero. Yo escucho y pienso que la naturaleza siempre ha mostrado su fuerza, que los vientos siempre han derribado árboles y que los maremotos han inundado los terrenos aledaños desde hace milenios. Las catástrofes existen en la actualidad, porque el hombre ha construido donde no debió hacerlo y nada nos exime de esa irresponsabilidad.
Tomo el lápiz y hago el primer párrafo. En éste describo que, lo que voy a relatar ha llegado sin dame cuenta, que fue espontáneo y hasta percibo su persuasión. Es tan complicado lo que sigo escribiendo, que a mí mismo me causa temor. Es una historia de vida y de muerte. Pero, es lo que se percibe a diario, en cualquier lado o lugar de esta ciudad. Nos acecha la muerte atroz.
Muchas personas han caminado desde que estoy sentado al lado del ventanal, muchos autos han sonado sus cornetas en el cruce de calles. Allí no hay semáforos, allí hay un ambiente de vida y de muerte.
Pienso en aquella Cartagena de Indias, que se ha desvanecido en el tiempo, que solo las voces y algunas fotografías recuerdan su vivencia. Sin duda era diferente el tipo de persona. Ésta se caracterizaba por querer dar una imagen digna de ella. Ahora importa poco eso, la forma de ser está justificada por las influencias extranjeras y por el desapego de las buenas costumbres y el respeto. Cuando me refiero a dignas no lo hago en el sentido estricto del buen vestir, sino en ser respetuoso, educado y alejado de la violencia. En esta ciudad costera se vive a la chancla, a la pantaloneta, al suéter sin mangas, al pantalón corto, a la blusa corta y a la faldita. Lo tostado se nota en el cuello o lo curtido de la piel en el rostro, en los brazos y en las piernas. Es que el sol cuando quiere pega bien duro.
Los que hemos habitado en Bogotá, nos traemos a la costa la Paranoia, porque la capital es PIOR (peor). Allá, bien vale el dicho, “el que se ahueve se jode”.
Cartagena está llena de violencia, sicariato y robos. Herencia que hemos heredado de la miseria. Palabra que nos abruma con pobreza y mezquindad. Dentro de la pobreza hallamos la falta de oportunidades y dentro de la mezquindad hallamos la politización o, ¿quizás debo decir la politiquería? En esto recuerdo un relato que escribí en el año 2014 y el cual se llama UN CUENTO. Pues, siempre se escucha la palabrería de quienes saben agrupar incautos.
No podemos mentir sobre lo que pasa en Cartagena. Esta es una ciudad que la han hecho muy cara para vivir. Recuerdo cuando inició la guerra en Rusia y se habló de la escasez de productos químicos para el agro. Recuerdo también que fui a comprar un aguacate a la plaza de mercado y el precio estaba tres veces más alto. Pregunté al vendedor por el aumento y él me respondió que por la guerra. ¿Qué tiene que ver la guerra que empezó ayer, con el precio de ese aguacate, y si además, lo traen de un municipio cercano? Eso se llama viveza.
Un hermoso bolero llamado Las Cuarenta de Rolando la Serie, afirma que con mucha plata uno vale mucho más. En Cartagena de Indias se cumple al pie de la letra. Cuando se tiene dinero, las instituciones que imparten justicia son más atentas con estas personas y les resuelven los casos inmediatamente, si son víctimas de la delincuencia. Pero cuando no tenemos un peso, nos toca esperar o a veces darnos cuenta que desestiman los casos en que hemos sido agredidos. ¡Vaya con la justicia! La constitución colombiana afirma iguales ante la ley.
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