Supongo
que la vida se expande
fracturando tejidos.
Inflando visillos,
sacudiendo cortinas.
La vida respira
hinchando pulmones
invisibles.


Supongo
que los ojos arden
y enrojecen cansados,
reclamando de la mirada
el deseado descanso.
Bamboleo de ventanales
que acomparsa
el crujir de las ramas.


Las hojas juegan
atrapadas por el tallo,
prisión, sabia y fuente
de su alimento.
Prisionera libertad
para danzar libre
con el viento.


Simple danza inmóvil
que se me hace compleja
al riguroso pensamiento.
Oscilas, vibras y te agitas
resistiendo a los vaivenes.
Y es, en este juego,
que a mis ojos resultas
sabrosa y naturalmente viva.


Supongo que existe
un patrón arcano
que orquesta
el movimiento.
Libre y atrapado,
como repetido aliento,
como inesperado suspiro
dulce y entrecortado.


Supongo
que no es excusa
la fatiga y el calor,
la sal que se apoza
y arde sobre mi rostro,
los rebotes de calor
que se estrellan
en el cemento.


Supongo
que en tardes
como esta,
la brisa de la vida
se esconde bajo mi piel
y se muestra ante mis ojos
comiéndose el tiempo.


Supongo
que la música suave,
el ritmo pausado
como vuelo de ave,
tranquiliza la vista
y duerme en el corazón
los sueños alados.


¡Oh! ¡Cárcel de barro!
Barrotes de huesos
y tendones.
Privilegiado sitial
para observar la vida.
Mullido sillón
para escuchar
la existencia
que abraza tibia
y otras veces
ahoga encendida.