Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad”. (Benedetti)
Cuando se ve uno impelido a hacer una peregrinación acrobática sin red, movido por los hilos que tejen los sueños, tras las dunas de esa playa cuyo nombre hablaba de osadía, no hay más que un regusto amargo de derrota, una derrota ya añeja, precedida de otras mil batallas perdidas.
Un camino mil veces recorrido que solo lleva
al abismo, con la tenue esperanza de una madrugada remota.
Muy remota. Sigues al perseguidor con el anhelo de que te marque el camino pero ni te lo marca ni te sigue. Y vuelves a caer en el error de creer que eso es buen amor. Y otra vez solo en el hotel, ante la inmensidad del mar como aliado. Mecido por las olas , que tanto acunan como amenazan con robarte todas las ilusiones.
Voy a dar un paseo por la playa . A vomitar desengaño una vez más.
Tras la lluvia sale el sol y asoma un tímido arco iris , que ya ni consuela. Ni los trinos de los pájaros .
Y abro la puerta al silencio. Nada más ensordecedor y definitivo que el silencio.
Sin puertas, sin ventanas, sin escaleras, sin puentes y sin ni tan siquiera palabras, a las que acudes , como a las canciones, cual mendigo buscando algo de calor, que te arrebata la Parca, disfrazada de imposible retorno , que te deja aún más pobre, a la intemperie.
Solo te acompaña el frío de la ausencia hecha tinta. Notas rasgadas de canciones .
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