En la universidad lo conocían como café frío, pues no le gustaba el café caliente. Siempre que iba a una cafetería pedía un café con pan de bono. El café tenía que estar frío; si se lo servían caliente no sé lo tomaba sino hasta que se enfriará. Muchas veces pedía un cubo de hielo para que se enfriará más rápido. Frente a su labor en el alma mater las opiniones estaban divididas: unos lo querían, otros lo detestaban y deseaban no verlo más en los salones de clase. No califica con números sino con estrellas. Al que le iba bien mal le calificaba con una estrella; calificación muy dudosa pues calificaba de acuerdo a su conveniencia. Sí era un estudiante sumiso, así no supiera nada le calificaba con cinco estrellas. Sí era una mujer hermosa y sumisa le calificaba con cinco estrellas, sin importar que tuviera el cerebro hueco. Los estudiantes más rebeldes eran calificados con una estrella. Muchos le tenían temor, pues era capaz de las peores bajezas con tal de lograr sus propósitos. Muchos le decían en voz baja Atila, no por sus proezas, sino por ser el rey de la única estrella con la cual calificaba.
Ya estaba por jubilarse, pero su intención era seguir trabajando ocho años más; ya que el reglamento sé lo permitía. Fue designado para dictarles teoría literaria a los estudiantes de primer semestre de literatura. Desde la primera clase los estudiantes se cansaron con sus clases aburridas, ni siquiera tomaban apuntes, se la pasaban de bostezo en bostezo rogando que esa clase se terminará pronto. Sé creía el mejor profesor de la universidad; según él estaban en mora de otorgarle una distinción por su excelente trabajo durante 30 años. La verdad es que en tanto tiempo no hizo sino hablar caca. Siempre miraba a los demás con desprecio; se creía el centro de atracción y no pasaba de ser un papá natas al que unos tres pelagatos adoraban. En este semestre las quejas de los estudiantes de todos los semestres habían aumentado. Los directivos tomaron cartas en el asunto y decidieron investigar la situación. El decano de la facultad de humanidades fue por todos los grupos y delante del catedrático pidió a los estudiantes que lo evaluaran. Todos lo evaluaron con media estrella, no solo por lo anticuado, sino también por lo cuchilla que era, pues si un estudiante tosía en clase le quitaba estrellas; sí otro contestaba una llamada al teléfono móvil le quitaba estrellas; sí otro besaba a la novia en el descanso también le quitaba estrellas. También quitaba estrellas a los que mascaban chicle en clase. En fin, me incomodaba por todo y a la vez por naderías.
El decano de la facultad les pidió a los estudiantes que lo evaluaran; todos lo evaluaron con media estrella. El decano le preguntó a un estudiante las razones de dicha calificación. El estudiante le contestó lo siguiente:
-Le gusta comer mocos; sé para como una señorita y no le gusta que los estudiantes le lleven la contraria, es egocéntrico y se parece a Pinochet.
El estudiante iba a seguir adelante, pero el directivo le dijo que era suficiente. Con el material probatorio tomaría una decisión lo más pronto posible. Hermenegildo estaba asustado, pues en la auditoría salió mal librado. A pesar de la situación, aún tenía la esperanza que lo dejaran seguir dictando su cátedra de estupideces; tenía una fichas plastificadas que ya estaban mugrosas por el paso del tiempo y el sudor de sus manos. Después de una semana de realizada la auditoría lo llamaron a la secretaría de la facultad y le dijeron que a partir de ese momento estaba despedido, que tenía que cotizar por su cuenta los meses que le faltaban para pensionarse. A los tres días le dio un infarto; nada pudieron hacer los médicos por él. Nadie fue al sepelio; nadie rezó una oración; solo su mujercita encendió una vela que pronto apagó el viento. Anatolia antes de acostarse dijo en voz alta:
-"Menos mal que te moriste, ya me tenías cansada con tus lecciones de etiqueta y protocolo, buen viaje y buena mar hacia el infierno".
Anatolia quedará pensionada y se gastara ese dinero con su amante. Nadie sabe para quién cotiza.
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