Una cosa está clara en esta existencia: cada cual aporrea sus trastos al ritmo que le parece y en esa enorme variedad de matices, algunos se destacan por ser los grandes aporreadores y otros por ser los simples aporreados. Nada nuevo, por supuesto, bajo esa estrella que nos rige y que se supone que cerrará sus calderas en cinco mil millones de años en una hora todavía no precisada.
Los cándidos atesoran entre sus pilchas esa esperanza inocua, ambigua nunca tan certera como esa otra joya que no merece desambiguación: el amor nunca muere. ¿Resistirá tan delicado tejido el encontronazo con nuestra estrella, sobreviviendo aunque sea como materia oscura en los territorios insulares del espacio? No hay teorías al respecto.
Las religiones unidas tienen todas las trazas de no ser vencidas, según lo comentaba un ateo a voz en cuello. No entraré en esos dominios, no mi señor, porque es un tema delicado que nos tallaron cuando éramos materia fresca y aterroriza a algunos descreerse ahora, pese a que pregonan a voz en cuello: ¡Somos fuertes! temblando para sus adentros por los destellos amenazante de ese ojo inquisidor y milenario.
Y como de popurrí se trata, los millones nublan la razón y el entendimiento. Mejor dicho, el bolsillo bien resguardado y repleto de crujientes dólares tiene el poder de desdibujar los valores, los espirituales, no los otros que se transan en lingotes. Pruebas al canto: el señor Infantino, presidente de la FIFA, devenido en abogado del diablo, le tiró la caballería a Occidente por todos los pecados, crímenes e injusticias cometidas en los últimos tres mil años de bostelium bien bosteliada. Lo comprendo, en todo caso al contemplarlo en el fulhachedé haciéndoles mariquitas a esos sultanes que parecieran portar la cimitarra bajo sus albos atuendos. La pelota aquella debe importarles un comino en cuanto sólo vaya generando millones y millones de dólares en cada chute, colores patrios out side, eso no es de su incumbencia porque su pasión se transa de otra manera.
Ya estaremos los incautos atentos a las repeticiones de los goles, los vecinos apuntalan su fe en las coincidencias y cábalas, pero los rivales apelan más a lo que late en la cancha y se persigue en base a pases bien dirigidos y esa fe rompecábalas, que la bendigo, por avanzar como toro embravecido, con sus dientes apretados, esquivando talentos, grandes precios y rankings floridos.
Pasemos a otra cosa, clausurando un tanto los oídos y la visión para enfrascarnos en otro tema: el de las familias, confuso tema cuando algunos prefieren escabullirse o armar trabalenguas en forma de proclama. Otros prefieren el reino del silencio, labios sellados para evitar que alguna injuria se escape y deje la grande.
-¡Me apuntaste!- dice mi hermana y yo tomo pausa para explicarle mis mil razones. Es un sueño, por supuesto, aunque estos hablan y grafican esos nudos no resueltos. Enarbolo un arma y seguro que intento realizar un gesto de rebeldía, un atisbo de ráfaga que se queda en el puro ademán. Se lo explico pero la duda le parpadea. Un insulto brega en sus labios: ¡Avalancha de mierda! pareciera pronunciar y no veo la concordancia. Aún en los sueños soy capaz de distinguir esto. Existe algo no resuelto entre ambos, sepa moya que diantres es y cada tanto se aparece en estos guiones inciertos. Siempre existen telones oscuros detrás de cada familia.
-La letra entra con amor – pronuncia ella, es otra ella, no mi hermana. Profesora de oficio, postula tantas cosas inexistentes en esta educación que es más bien adocenamiento y en sus ojos brilla una pasión que nadie será capaz de birlársela. Es una pasión que pareciera rescatada de viejos sabios, aquellos que oteaban la existencia apuntando a la trascendencia, a lo valórico, sabiduría que no se inocula en serie sino que se ofrece para ser degustada y olida, sabiduría con sabor a tierra, a bosques, a fuerza que nace desde las propias vísceras para esparcirse a su vez en campo fértil.
Es el ciclo, las eras, la necesidad de romper la perpetuación en cuanto esta perpetúe los mismos derroteros. Existe una responsabilidad, una responsabilidad afectiva ajena a los rendimientos mensurados por el frío cálculo.
En fin, ya ni sé de qué se trata todo esto, acaso un charquicán sin sentido, un discurso redactado por un ebrio o simples fotogramas de una existencia que va a la deriva. No podría precisarlo porque nada está más alejado del pragmatismo que todo lo que intento expresar. Sólo agradezco a los autores, de los cuales rescaté sus títulos para armar esto que bien pueden digerir con complacencia o pasar de largo sin ánimo alguno de entenderlo.
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