Y ahora estás aquí, tranquilo, sentado en la mesa de tu cuarto a la que llamas escritorio. Fuera llueve y hace frío. Te sentirías cómodo, pero no, te sientes como un idiota. Tu mujer plancha la ropa y tu hijo juega con su Nintendo o su Nintendo juega con él. Piensas en lo que te dijo tu mujer hoy al mediodía: "José, te vas a morir de hambre cuando llegues a viejo; no vas a recibir pensión y mi pensión no alcanzará para ambos, ni siquiera para la canasta básica".
Sus palabras no te sorprendieron, aunque sí te molestaron un poco. Eres consciente de que por tu forma de vida estás destinado a comer mierda en la vejez, que vas a nadar practicamente en la mierda hasta ahogarte en ella. Esa avalancha de mierda viene hacia ti desde tu más temprana juventud, cuando decidiste llevar una vida bohemia de estudiante eterno, de escritor que no escribe, de artista sin musa, de un alguien que es un don nadie, de una persona que le presta más atención a los laberintos de la vida que a la puerta de salida. Ahora, ya con más de cincuenta años a cuestas, puedes ver esa avalancha de mierda en el horizonte, tu avalancha de mierda, hecha a tu medida y ajustada a tus necesidades. Te la has ganado a pulso. Por eso te molestó el comentario de tu esposa, porque sus palabras son unos binoculares que te obligan a ver el tamaño de la avalancha y la inmensa cantidad de mierda que te vas a tragar en el próximo futuro.
Pero estás aquí, como siempre, sentado en tu escritorio, arrullado por el sonido de las gotas de lluvia, escribiendo para olvidar. Piensas que cuando llegue el momento del dolor vas a gastar muy poco, que vas a recolectar botellas, que escribirás una novela de éxito o que quizás alguna piadosa dama se encargará de tus huesos y tu arrugada piel. Hasta entonces seguirás viviendo con tu mentira disfrazada de verdad, creyendo que tu oportunidad ya viene, que te esperes un poco, campeón, que ya viene, gran pedazo de idiota. |