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Última nevada. Se acercaba la primavera y los ciruelos ya exhibían sus primeras flores.
Tomé el bolso y me dirigí a mi trabajo.
Había bastante ajetreo en el restaurante. Los fines de semana recibíamos a los turistas que llegaban para disfrutar de un pequeño descanso.
Empecé a tomar los pedidos de los primeros comensales. Casi todos elegían el menú del día.
Al ver a la pareja de ancianos no pude evitar un gesto de asombro. Estaban en un rincón apartado. Eran dos esqueletos que, ocultos en sus abrigos, parecían venir de otro mundo.
Me acerqué para preguntarles qué deseaban almorzar. Entonces noté sus ojos hundidos en aquellas cuencas profundas y sentí escalofríos. Ella llevaba un gorro, supuse que de ese modo escondía su cráneo desnudo.
Almorzaron pastas. Imaginé que debido a sus dentaduras frágiles no podían comer otra cosa. Bebieron agua sin gas y no tomaron postre. La propina que dejaron fue paupérrima. Cuando se levantaron oí un crujido de huesos que me heló la sangre.
Salieron por la puerta posterior del local . Mi curiosidad me impulsó a salir también para ver hacia dónde iban, pero ya no estaban. Tampoco vi sus huellas en la nieve. Habían desaparecido. Entré al restaurante bastante confundida. Salí nuevamente, esta vez por la puerta principal. Un automóvil antiguo se deslizaba por la calle cubierta de nieve. Sonó una extraña bocina. Dos calaveras me observaron mientras unas manos huesudas se agitaban en espasmódicos saludos
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Texto agregado el 15-11-2022, y leído por 91
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