Al ingresar a aquel lugar, lograste captar mi atención.
Aún no se que fue, pero mi pensamiento quedó atrapado con vos.
Yo no te conozco, ningún nombre estaba escrito. Aún así, me llamaste cómo familiar a la mesa.
Mis ojos cautivos, acercaron mi cuerpo.
Observé. Miré. Investigué. Y mi mente se dejó llevar.
Mil historias se escribí sobre vos.
Un chamán, un cacique, un abuelo. Las tres o ninguna. No sé.
Tu pelo ceniza y tu piel arrugada, demostraban una sabiduría ancestral. Tu piel cuajada, color terracota producto del sol, asemejaba a la madre tierra.
Tus ojos saltones y una nariz prominente, hacían que imagine la colina y el sol y la luna, cómo testigos.
Un continente de sabiduría, costumbres que una trup de antepasados marcan tu piel.
Hoy me deje llevar, mis manos danzan entre las letras poniendo palabras en algo que no puedo explicar.
Solo la imagen de un retrato, colgado en la pared. Solo ese retrato unió la tierra y el hombre. Unió la sabiduría y la costumbre. Unió un país y un continente.
Solo un retrato, unió.