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Primera historia.

Mejor que con un chico.

Uno.
Como no era un chico no era pecado. Daba igual que fuéramos hermanas. Aquello no tenía fin reproductivo alguno… y lo pasábamos tan bien. Esta hermanita mía era un demonio, pero en toda su extensión. No sé de dónde había sacado aquel Príapo de imitación, pero daba todo el pego de chicote desarrollado. Se recogía las tetas con un sujetador apretado y se colocaba una camisa de varón holgada, se recogía también el pelo con una goma por detrás y de dentro de un vaquero Lewis gastado, y a través de una bragueta de botones, extraía aquel miembro colosal. Mejor que con un chico, como dice el título. Luego, a la tercera vez, y de la excitación, empezamos a adornar la acción con besos en la boca- tímidos al principio, bastante audaces después.
Tras el orgasmo, al que invariablemente me hacía llegar, me contaba aquello de que como no era con un chico no estaba mal. Lo estuviera o no, mi hermanita, yo era la mayor, era una auténtica precoz procaz. Yo estaba en edad núbil plenamente, pero la prefería a ella a cualquier otro sustitutivo en forma de amiguito de esos que a esas edades ocupan la referida misión. Además, con ella, no se comprometía públicamente mi falta de castidad. Mi virtud pública estaría sólo empañada por aquel vicio, del que nunca, si no hablábamos, se habría de saber.
Era un truco bastante eficaz. No parecíamos hermanas, de tan audaz ella, como digo, aunque yo tampoco me quedara atrás. Pero la primera iniciativa partió de la teenager. Empezó un día como curioseando con mi nueva indumentaria, ya no de niña, sino de mujer. Falda plisada, zapatos de tacón y panty oscuro ad hoc, estrenados aquel día de un otoño, lejano en el tiempo, pero próximo en mi imaginación, para la misa dominical. Una especie de puesta de largo poblacional. Una tradición. Tradición que me llevó al lecho, ya no conyugal, más bien fraternal, con aquel demonio en forma de hermanita parecida a las de la caridad.
Recuerdo aquel domingo como si fuera ayer. Entre hermanas esas cosas son habituales. Me refiero a lo de enseñarse la ropa. Que a ver cómo eran las medias, a ver los zapatos etc. Pero el caso fue que tras del ver empezó el tocar. Me desasí rápidamente de ella, pero con su ponzoña dentro se ve, como se demostraría no mucho después.
Aprovechando que no hubiera nadie en casa, para lo que venía pintiparado la misa de doce dominical, de tan devotos que eran los habitantes de aquella mansión, echábamos nuestro polvete semanal. No faltando ocasión de meternos mano a la primera que halláramos, pero careciendo de la liturgia necesaria que ofertaba la también liturgia semanal. Y así, mientras el pater levantaba la copa hacia el cimborrio de la catedral, rememorando la sangre y el cuerpo del fundador de aquella religión, mi hermanita levantaba la cuchara hasta ahorcajármela dentro, a lo que una coadyuvaba circundándola con sus piernas, que, enfundadas en un liguero que al parecer era de su excitación, le daban espuela como si se tratase de un brioso corcel. Hecho lo más, qué importancia podía tener lo menos. El caso es que completábamos la función con todo lo que en esta función se puede completar.

No obstante, un día, como proverbialmente se dijera, de tanto ir a la fuente, aquel cántaro se rompió- lo que se contará en posterior entrega, al lector que curiosidad tenga por conocer.
Dos.
https://youtu.be/cPSFkayj81k

Texto agregado el 07-11-2022, y leído por 62 visitantes. (3 votos)


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