Sentado en un banco bajo un árbol detrás de la facultad de medicina de la UASD, leía un artículo periodístico. Que afirmaba, que nadie en Dominicana, había escrito un libro sobre las anécdotas de Lilís, que tuviera la donosura del de Víctor M. De Castro. Y, de un salto me paré, para correr hacia la Biblioteca Universitaria.
Sabía que al frente de las entregas de libros, estaba mi amigo, compueblano y hoy miembro de la Academia de la Historia: Alejandro Paulino Ramos. Subí las escaleras de tres brincos(unos veinte y dos años) y, efectivamente, allí estaba él. Con una ligera camiseta para soportar los calores del cuarto y risueño como siempre.
Y cuando le dije el propósito mío, dió medio paso atrás, sólo con el pie derecho. Levantó su zurda para rodar los dedos desde la frente hasta donde terminaba su última hebra de cabello, ya con la firma del desagradable pacto de desaparecer antes de tiempo. Y de su mano derecha, pasó el medio y el índice, de un ojo al otro para secar la humedad salina.
Entonces, abrió su boca para decir: ¡Bueno, Pedro! En toda la biblioteca solo hay dos ejemplares y, debo decir, habían. Porque hace un par de semanas que no aparece uno. Pero, Alejandro, al menos queda uno---me lancé. Sí, pero a ése, el encargado nos prohibió prestarlo. Pero yo no pretendo llevármelo, a lo que aspiro es a leerlo aquí, frente a ti---intentando un nuevo lance.
Y los siguientes días fueron cinco viajes inútiles. Mi ruego no cuajó. Y el sexto, Alejandro, sé sinceró conmigo: amigo mío, vete a la Biblioteca Nacional, qué de seguro lo tienen, porque aquí no puedo hacer nada. Y lo dicho fue una orden: porque salí disparado por la Páulo III. Y precipitado escalé los peldaños de la Máximo Gómez.
Pero al estar frente al encargado de la oficina, me sorprendió la misma negativa: me dijo--- joven--- en nuestra inmensa colección de obras, solo hay una de la que usted desea leer. Y nos negamos rotundamente a prestarla. Pero, señor, yo no pienso sacarla de aquí---le imploré. Y, mirando hacia atrás, le señalé una mesita de silla única. Qué estaba frente al escritorio del empleado. Entonces, me atreví de nuevo: ¡Es aquí, a su lado, que la pienso leer!
Y, por supuesto, que él no era Alejandro. Porque sin consideración alguna, obtuve un cero. Suerte que ahora, escribiendo el presente texto, estoy en otro tiempo y también fuera de la Dominicana. ¡Dí unos cuantos tecladazos y Zá… el libro ‘Cosas de Lilís’, apareció en la pantalla de mi computadora! ¡Y para colmo, gratis!
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