La vocación.
Luego del terrible rechazo del público a su primer libro, Víctor pensó que tendría que buscar su verdadera vocación que, por supuesto, no era la de escritor.
Siempre había sido amante de los animales sobre todo de los caballos, pero su abuelo había sido un gran escritor y debido a la presión de su madre para que siguiera los pasos de él, se había dedicado a escribir.
Su editor estaba muy entusiasmado, al principio y lo alentaba a que siguiera escribiendo a pesar de que casi al final del libro no estuviera tan animado y por no echar por tierra el esfuerzo de su cliente y amigo prefirió editar el dichoso libro con el resultado ya conocido.
Víctor hablo con su madre que a pesar de todo pensaba que era sólo por ser su primer libro y que la gente cuando lo conociera más leería sus fututas obras literarias.
Por primera vez el hombre siguió sus propios instintos y a los treinta y cinco años se encaminó hacia lo que siempre quiso y esta vez sin consultarle a nadie, tomó sus cosas de la casa de su madre y se mudó al campo, al principio a una pequeña cabaña de troncos hasta conseguir empleo y dedicarse a lo que más le gustaba.
No pasaron muchos meses hasta que un cabañero lo contrató para que cuidara a sus caballos, lo había visto más de una vez tratar a estos a animales y veía en él a un buen hombre que sabía cómo comunicarse a la perfección con sus caballos.
Víctor estaba encantado, además de poder estar con esos hermosos animales, les enseñaría todo lo que pudiera.
Un año pasó desde el momento que comenzó a trabajar, los alimentaba, los bañaba y los paseaba hasta que se dio cuenta de que para algo más debía servir tener aquellos hermosos caballos cuyo dueño vendía cada vez más caros a quienes los quisieran comprar.
Una tarde, una mujer con su hijo visitó el establo donde se encontraban los caballos y se dio cuenta de que el niño, que era autista, acariciaba uno de los caballos y era correspondido por el animal de la misma manera, parecía que eran amigos de toda la vida.
Víctor pidió permiso a la madre del niño para que éste montara el caballo a lo que ella respondió que difícilmente Sebastián, que así se llamaba el chico, montaría un caballo, jamás lo había hecho y, además, al ser autista no se dejaba tocar por nadie, pero con asombro vio que Sebastián se acercaba al caballo y que intentaba montarlo.
Fue ahí que el futuro de Víctor se mostró ante sus ojos, ya lo había decidido, entrenaría a los caballos para que fueran útiles a personas discapacitadas o enfermas.
Luego de ver cómo Sebastián trotaba alegremente con su caballo, todo estaba claro para él, al fin había descubierto su verdadera vocación, con ayuda de expertos y del mismo dueño de los caballos, un anciano que le había tomado cariño al ver su trato con aquellos dóciles caballos, le dio el visto bueno y al poco tiempo se abría el negocio, la gente traía casi todos los días a sus hijos para que dieran un paseo sobre aquellos animales bien cuidados y asombrosos.
Los años fueron pasando y el negocio prosperando, pero lo mejor de todo era la felicidad de aquellas personas, no sólo las que montaban los caballos sino las que miraban a sus hijos y observaban la felicidad dibujada en sus rostros al interactuar con los caballos adiestrados.
Víctor que también tenía una vida sentimental, se casó y tuvo hijos y llegó el día que su empleador los dejó, los años habían pasado muy de prisa y a los noventa y siete años falleció, aunque Víctor y su familia recibieron como regalo a su bondad, en el testamento, los títulos de la casa y del negocio ya que Don Alberto no tenía familia y Víctor ocupó desde que fue a trabajar con él, el lugar del hijo que nunca tuvo.
Ahora luego de muchos años, Víctor pudo al fin publicar un nuevo libro, esta vez no era una novela ni ciencia ficción, era algo mucho mejor, trataba de la vida de aquellos hermosos caballos, de los niños que los amaban y sobre todo del amor que existía entre ellos.
El libro fue un éxito y hasta el día de hoy se sigue vendiendo en las librerías, Víctor ya no trabaja, pero sus hijos heredaron lo mejor de él y si aún le queda tiempo, quizá pueda enseñarles a sus nietos que en la vida hay que seguir sus instintos ellos difícilmente se equivoquen.
Omenia
31/10/202
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