Cuando me dijo que no le gustaba a su madre, fui presto a conocerla.
Estaba convencido de que cuando pasaban estas cosas era por la razón simple de que uno le gustaba a la progenitora. No piensen mal: un poco de Freud por aquí, un poco de Lacan por allá. No había más remedio que sacar tales conclusiones.
El psicoanálisis nos lo enseña.
Y lo cierto era que la madre prometía bastante.
- A ver señora- le dije interrogativamente-, cuál es la razón que esgrime como para poner trabas a lo que Zeus no puso freno.
- Muchacho- me dijo-, o sales por esa puerta voluntariamente o llamo inmediatamente a la policía.
Se ve que allí tampoco la policía había leído a Freud, pues ni se olían lo de los deseos solapados y celos múltiples entre madre e hija y me echaron, desabridos, a la calle.
Pasaron muchos años y nos encontramos en la misma- la puta calle, como se suele decir. Erróneamente, puesto que la calle, a diferencia de las meretrices, no cobra al usuario que hace propiamente uso de ella. Lo que sea, nos encontramos. Ya la madre estaba de capa caída. Con lo que había sido esa señora. Y la chica- que ya era señora, aunque soltera- se estuvo partiendo la caja conmigo cuando le expliqué lo de Lacan en una cafetería.
La mujer ya no estaba para poner trabas y visto que los dos habíamos aguantado estoicamente, cuando me presenté en su casa por segunda vez no me habló ni de puertas ni de policías.
- Qué viejos estamos le dije a la ya moza vieja.
- Sabes que era verdad que le gustabas a mi madre para ella. Un día, bastante tiempo después, me lo confesó entre sollozos.
( Por eso digo muchachos, no cejéis en el empeño ante la primera negativa)
https://youtu.be/Xzrz1XDYsaE
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