Lo negativo que se dice de alguien, tiene el chance de morir al nacer. Pero todo depende del oído que estrena el chisme. Porque hay tantas formas de tratar un comentario desafortunado, antes de darle la nalgadita que lo despierta a la vida. Qué al ser tantas, la posibilidad de vivir, podría volar desde el propio parto.
Y pasó que un sábado antes del anochecer, iba para una casa todavía sin equipar. Entonces y como una escala técnica, entré al hogar de un hombre de mi pueblo que habitaba desde un tiempo otra del mismo vecindario. Tratando, con ello, de reducir el tiempo de soledad que me esperaba en la mía. Pero lo imprevisto siempre es una opción incontrolable.
Y peor no pudo haber sido: el hombre tenía en su archivo, un apunte histórico que en otra mente, no sobreviviría un segundo. Sin embargo, en la suya, logró ser alimentado con esmero y le vacunó contra el virus que destruye todos los embustes humanos. Especialmente, aquellos que tienen como fin hundir cualquier mujer del planeta.
Y con mucho control interno escuché su relato y sin perder la consciencia de que estaba en su ‘batey’, precipité mi despedida. Y, ya en la calle, mi remordimiento peleó con toda su fuerza, en contra de lo frío que fue mi cerebro, respetando el ataque recibido en mi fuero interior. Y tuve que romper la natural métrica de mis pasos, temiendo llegar solo, al lugar desocupado que me esperaba.
Pero, dicho y hecho, al girar la llave dentro del hueco de la puerta frontal, un rayo poco luminoso, descendió de una ventana medio abierta del cuarto que ocuparía. Y algo frenó mi avance. Pero pensé que era el único espacio con lo mínimo para descansar. Así, que subí los trece peldaños sin que mediara la consciencia de estar haciéndolo. Entonces entré y ‘allí me esperaba élla, con su mejor traje, un toque perfecto de maquillaje facial, pero la cara apuntando en otro sentido y con una silente expresión de rechazo’.
Al otro día desperté, sin saber como pude dormir y con un mensaje sembrado en mi alma.
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