Acepté el empleo para trabajar como mayordomo de un castillo donde vive un conde. Buen sueldo y poco trabajo: solamente tenía que servirle la cena y supervisar cada quince días el trabajo de una compañía de limpieza. El resto de la jornada libre. En una cláusula del contrato establecía que bajo ningún pretexto podía llamar o entrar en su habitación durante el día. Mis bolsillos no estaban en condiciones para juzgar la excentricidad de este personaje.
A las ocho y veinte de la tarde ya estaba preparada la cena, la cubertería de plata, los platos y las copas de bohemia en un extremo de la larga mesa de roble macizo. Iba a echar un trozo de tronco en la chimenea, cuando el conde entró en la estancia. Jamás vi un rostro y unas manos tan pálidos como esta persona. Llevaba una elegante capa negra que al caminar levantaba el bajo dándole cierta solemnidad. Al pasar por delante de la chimenea, el espejo victoriano que estaba colocado sobre la repisa, no reflejó su imagen. Se detuvo cuando estuvo enfrente de mí. Me presenté, realicé una reverencia y me puse detrás de su silla para retirarla de la mesa. Se sentó, puso los codos sobre los reposabrazos, elevó los antebrazos hasta llegar al nivel de su cara, juntó las yemas de los dedos de ambas manos y con voz amistosa y jovial Interrogó:
—Bueno, ¿qué tenemos hoy de cenar?
Ladeé mi cabeza, puse la palma de la mano a modo de mampara, tosí para aclararme la voz y anuncié:
—Mire señor. Como ya las noches comienzan a ser más frescas, he pensado que una sopa de primer plato sería adecuado.
—¡Excelente elección! —exclamó el conde. Los portugueses la toman siempre como primer plano y los japoneses tienen la sopa miso. Ayuda a regular los niveles de colesterol y facilita la digestión... Creo que la voy a tomar durante una temporada, pero ya le avisaré. Cogió su servilleta, mirándome de nuevo, añadió—: Ya me la puedes servir.
Acerqué un poco más la sopera hacia el plato. Al destaparla, observé que la nuca y la espalda del conde salió disparada hacia atrás; como si el respaldo tuviese un potente imán.
—¡No será una broma de mal gusto! —bramó el conde.
—En absoluto, señor —afirmé con tono de sorpresa y cierto temor a la vez—. Se trata de la sopa castellana. Lleva ajos, trozos de jamón serrano cortado en dados, 1 huevo, rebanadas de pan con formas de cruces...
El conde se levantó de su silla y sin decir ni una sola palabra, salió rápidamente del comedor.
Al día siguiente, de nuevo estoy en la cola del paro.
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