Entro al cuarto, la luz del atardecer no me deja ver. Voy directamente al escritorio donde he dejado aquel libro a punto de terminar. Inspiro y descanso mis piernas abarrotadas de una bicicleta que se tomó su descanso de tanto ir y venir.
El escritorio está al alcance de mi mano, me apoyo con mi antebrazo y tomo el libro. Intento retomar en la página 98, pero mi mente dispersa no me deja concentrar. Me pierdo. Hago un nuevo intento pero el resultado es el mismo. Leo 4 renglones, un párrafo y nada. Mis piernas me piden un rato más en esa posición.
Al levantar la cabeza, mi mirada va hacia aquel rincón. Un rincón que siempre estuvo ahí, pero de manera diferente. Hoy le preste atención. Ya sé de qué se trata. Un montón de CD apilados contra la pared de este cuarto, me llaman. Mágicamente, mis piernas responden como si estuvieran nuevas y voy hacia aquel lugar. Recuerdos de aquella época, donde la música salía de una especie de círculo plateado guardado en un cuadrado de plástico, chato, pero que alcanzaba para cubrirlo y cuidarlo. Además, un arte de tapa con el nombre del artista, identificaba que música iba a escuchar.
Mis ojos van a un disco de Fito Paez, inmediatamente arriba de parte de la religión de Charly Garcia. Mis piernas, como olvidadas del anterior evento, se mueven tarareando el sonido de aquella canción, invisible que esconde aquel CD. Sin oírlo, escucho el interior. Es el recuerdo. Es la música. Es la pila de CD al costado de la pieza que me transporta.
Escucho que mi puerta se abre. De mi boca “Te ví, juntabas margaritas del mantel…”
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