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Después de ser una mujer muy piadosa y fervorosa de un momento a otro dejó de serlo. Antes de pasar del catolicismo al ateísmo fue a confesarse. Cuando le tocó su turno le dijo al padrecito:
-Perdóname padre porque me voy a volver atea.
El padrecito la quedó mirando con mucha tristeza, pues no concebía que una mujer tan creyente de la noche a la mañana se volviera atea. Enseguida le dijo:
-Me podrías decir la causa.
Ella enseguida le contestó:
-Y todavía me lo pregunta.
El padrecito de inmediato le respondió:
-Por supuesto, necesito saber el porqué de ese cambio tan repentino.
Ella le dijo:
-Acaso no ve como diosito me dejó en obra negra.
El padrecito Josué la miró con ironía, luego le dijo:
-Hija mía, no pierdas la fe. Ya verás que diosito te hace el milagro.
Ella quería ser una mujer hermosa y para tal efecto le había pedido todos los días a Dios para que le hiciera el milagro; le había rezado más de cincuenta mil padrenuestros y cien mil aves Marías, pero nada. El padre siguió con la confesión; la verdad que Edelmira no tenía nada que confesarse, pues que mujer no ha deseado ser poseída por el hombre más apuesto del barrio sin importar que esté casado. Eso no era ningún pecado.
Al terminar la confesión Josué le pidió que rezara unas oraciones y le pidió que tuviera calma, pues estaba seguro que más pronto que tarde Dios la volvería hermosa. Ella estaba muy decepcionada, ya había pasado mucho tiempo y nada. Un día sucedió lo que tenía que suceder; dejó de ser católica y se volvió atea. Dejó de creer en todo; resultó siendo más escéptica que los filósofos más representativos de esta corriente filosófica. Ahí se sentía más identificada con su forma de ser. De repente un hombre con una mochila tocó a su puerta; sin pérdida de tiempo fue a abrir y qué sorpresa la que se llevó; no era ni más ni menos que Josué. Al comienzo estuvo a punto de tirarle la puerta en la cara, pero se contuvo; al fin de cuentas Josué no tenía la culpa de que ella fuera fea. Ella preparó café y le sirvió un pocillo grande sin leche y poco azúcar. Josué tomó sorbito a sorbito; apenas terminó le dijo:
-Gracias por el cafecito, estuvo delicioso.
Edelmira, de inmediato le respondió:
-Es el único que elogia mi cafecito, si le apetece le sirvo otro.
-Ya que insistes te lo acepto.
Edelmira, le sirvió el cafecito y espero paciente a que se lo tomara. Después de terminar de tomarlo le dijo a Josué.
-Y para dónde va.
Josué le respondió:
-Por aquí cerca a hacer un trabajo pequeño.
Edelmira le dijo:
-Si no tiene afán quédate otro ratico, pues hablar con usted me hace bien.
Josué la miró con alegría y luego le contestó:
Lo haré; además hoy te haré el milagro que tanto le has pedido a diosito.
A ella se le iluminaron los ojos y dejó que el padrecito le cortara el cabello, pues con ese capul parecía Betty la fea. Le cortó las uñas de las manos y los pies; le limpió la grasa de la cara; le pintó los labios de un rojo intenso y finalmente la vistió de colores. El cambio fue extremo y provechoso desde todo punto de vista. Ella en señal de agradecimiento iba a besar en los labios a Josué, pero se arrepintió. Josué ya se aprestaba a recibir el beso pero nada. Al ver que la chica se arrepintió le dijo a Edelmira.
-No te arrepientas de nada; haz lo que tengas qué hacer.
Ella lo besó con mucha pasión y después le dijo:
Por favor no se vaya, quédese a vivir conmigo.
Josué de inmediato le respondió:
-Te lo dije muchas veces que diosito te haría el milagro; me quedaré, pero te cuento que ya no soy sacerdote, sino albañil.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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Texto agregado el 19-10-2022, y leído por 111 visitantes. (2 votos)


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