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Cada vez que me encontraba con Juan en la calle se sonrojaba. Después de recobrar la calma me decía:
-Este fin de mes le compro el producto, se lo prometo.
Juan me venía diciendo y prometiendo lo mismo desde hacía un año; yo sabía de antemano que nunca compraría nada. La situación de los colombianos era muy precaria; siempre viven alcanzados con las facturas de los servicios públicos; igual que con las mensualidades de los niños en el colegio. Cada día tienen que fiar más en las tiendas. Deben tanto que los tenderos ya no les quieren fiar ni un pan más.
Yo ofrezco mi producto pero nunca obligo a nadie a comprarlo, tampoco lo fio pues es perder el producto y también el amigo. En cambio cuando a mi me ofrecen baratijas yo si las compro; muchas veces no necesito esas baratijas, lo hago solo por colaborarles a los vendedores ambulantes. Me gusta verlos vender con más ánimo después de una venta, sobre todo si es la primera del día. El dinero que se ganan les permite educar y alimentar a tres chiquilines que muchas veces no aprovechan el esfuerzo que hacen sus padres por ellos.
De la última vez que me había encontrado con Juan ya había pasado mes y medio, de un momento a otro dejé de encontrarlo día de por medio. Lo más seguro es que se haya enfermado de dengue, es la enfermedad con la que se enferman buena parte de los caleños. El mosquito que produce esta enfermedad se reproduce con mucha facilidad en las aguas estancadas, pese a los esfuerzos de la secretaría de salud que no baja la guardia en sus campañas de prevención contra este mal endémico que no da tregua. Esta vez yo estaba equivocado, no se había enfermado de dengue, sino de blenorragia; se enfermó por frecuentar mucho las zonas de tolerancia; cada que podía se llevaba a un motel de mala muerte a chicas de vida supuestamente fácil, pues no pasa de ser un dicho, ya que la vida de estas chicas es muy difícil; en muchas ocasiones aparecen descuartizadas porque hay unos monstruos que quieren desaparecerlas de la faz de la tierra.
El cuento es que se enfermó y punto; ojalá que haya aprendido la lección y no vuelva más por esos antros; máxime él que tiene esposa e hijos por quien responder. De lo que le había pasado a Juan me enteré por medio de los chismosos del barrio; en estos barrios pobres se llega a saber todo; mala costumbre de los habitantes de estos lugares que andan averiguando y contando todo lo que sucede; a muchos les han dado bala por lenguas largas; sobre todo cuando se meten con bandidos y narcos.
El día que me lo encontré me llevé una gran sorpresa, pues me dijo lo siguiente:
-Perdóname la demora, hoy si le voy a comprar su producto; tomé el dinero.
Lo veía y no lo creía; Juan me pasó los 55 mil pesos que valía mi libro intitulado: Historias de putos y damiselas. Le recibí el dinero y le firmé mi libro por exigencia de él, de no ser así no se lo habría firmado, pues tenía la certeza que no lo leería nunca. Nos despedimos de un fuerte apretón de manos y nos deseamos la mejor de las suertes. Desde ese día pasaron tres meses sin vernos; yo pensé que lo habían matado, pero no quise averiguar nada con los chismosos del barrio. Una mañana de lluvia lo volví a encontrar por Santa Rosa; apenas me vio corrió a saludarme; sin temblarle la voz me dijo:
-Bendita la hora que lo conocí a usted.
Enseguida le pregunté:
-Y eso, ¿por qué?
-Porque usted es como la gallina de los huevos de oro.
Me hizo dar risa con la respuesta que me dio; al instante le pregunté:
-¿Por qué?
Con suma ironía me respondió:
-Si tiene otro libro se lo compro de inmediato.
Quedé frío ante su respuesta. Por medio de los chismosos del pueblo supe que Juan había pirateado mi libro y lo estaba vendiendo como si fuera pan caliente sobre todo en las zonas de tolerancia. Muchos putos y damiselas compraron el libro y después de leerlo abandonaron ese oficio tan degradante para cualquier ser humano. No era para menos pues muchos de los personajes de mis historias se contagiaron de sífilis, herpes, gonorrea. Otros aparecieron con piojo ñato y tuvieron que ir al médico que los curó y les dijo que no volvería a curarlos si llegaban de nuevo con piojos ñatos.
Yo, como autor del libro no había ganado gran cosa, pero Juan el Pirata había ganado mucho dinero sin mucho esfuerzo. Había mandado a hacer una edición tosca, eso le permitía venderlo fácil y realizar un buen volumen de ventas. Lo malo de esta historia es que me tiene amenazado, en caso de llegar a denunciarlo me matará de tres tiros: uno por su santo, otro por el hijo y otro por su mujer que está feliz de ver como Juan gana mucho dinero con el esfuerzo de otro. Si no me quedó callado no le importará que yo sea su gallina de los huevos de oro.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA

Texto agregado el 17-10-2022, y leído por 205 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
18-10-2022 Al menos al autor le queda la satisfacción que su libro, con un buen título, sea leído, apreciado y que salve a los destinatarios de esa galería de enfermedades. Además, en estos tiempos, cuando la lectura sólo vive en nichos de elite, el contar con lectores es un triunfo para el autor. remos
18-10-2022 Bien interesante, Pedro! MujerDiosa
18-10-2022 Ni tantos huevos si le da miedo un vendedor de libros. eRRe
 
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