Todavía la hilera de ranchos salteados, no se había aproximado tanto al cementerio viejo. Sin embargo, los ocupantes de los mismos, comenzaron a violar la no poco alta baranda del camposanto del pueblo. Además, ya las escabrosas leyendas nocturnas, tomaban formas en las mentes de los aledaños al vecindario.
Siendo la primera, la que hablaba de la procura de los escombros sacados de las viejas y rústicas tumbas, para usarlos en los fogones. Y los que al momento éramos niños, nos costaba más trabajo creerlo. Pero no por lo del miedo que eso provocaba, sino por el asco. Porque se nos hacía dudoso asimilar, que los alimentos ordinarios, fuesen cocidos con tal tipo de leñas.
Hasta que un escalofriante rumor comenzó a difundirse por el sector: Y era, que a las siete y treinta de cada noche, de manera infalible, sé oía el llanto de sexo indefinido, qué subía de tono con los segundos. Pero que no sólo, era por lo agudo, sino qué también sé multiplicaba el estupor. Y un estupor cortado por una agonía respiratoria, cada vez más lejos de la humana.
Y algunos valientes comenzaron a acercarse al muro sur del lugar de calaveras. Aunque limitados por algo que les impedía saltar la verja. Y que no era la oscuridad reinante, sino más bien, lo grimoso del ruido y lo tenso del momento. Porque el misterio aumentaba con el desvío de los pujos hacia la parte de atrás de un nicho negro y bastante alto.
Pero una noche uno de los valientes, llegó al grupo con la intención de descifrarlo todo. Y lo primero que hizo fue volar por encima del muro. Y con los pies firmes sobre el suelo húmedo, avanzó hacia el sitio de origen de los horripilantes quejidos. Caminando, uno, dos, tres… Y un largo cuarto paso. ¡Pero ahí lo detuvo la impresión de que su avanzar lo alejaba del secreto!
Entonces, el grupo desde afuera, qué sabía que lo fuerte del ‘valiente’, era que podía hablar con los muertos, le gritó: “pregúntales, qué cosa es la que él quiere”. Y el guapo lo hizo: ¿Muertooo…qué tú quiéresss? Y una preguntona y desesperada voz, del otro lado le respondió: ¿Yóoo? ¡Un pedazo de papel!
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