Pasan y pasan las semanas y del miedo inicial paso a la ansiedad, juntando de a poco las cosas que necesitaremos para el gran día. Tú gran día.
Me gusta sentirte haciendo piruetas en mi panza, sentir como vas creciendo a un ritmo desenfrenado y perfecto. A veces trato de imaginar como serás, tu carita, tu personalidad. Quiero que llegues pronto para que conozcas a Gabriel, que es el niño más maravilloso que conozco y tienes tanta suerte de tenerlo como hermano que quiero que aprendas a ver el mundo como él lo hace.
Debo reconocer que también tengo miedo. Ese miedo que tenemos las mamás, de no poder protegerte de todo cuando te enfrentes al mundo exterior, las primeras amenazas siempre son las pequeñas bacterias, pero después, las amenazas crecen y no hay forma de que pueda proteger siempre tu corazón. Espero poder entregarte todas las herramientas para que nadie lo rompa, y si se rompe, que puedas resistirlo y seguir adelante.
Espero lo mismo para ti, que para tu hermano: buena salud, buenos sentimientos y felicidad.
Queremos que llegues. Por fin tengo la familia que tanto quise, un hombre que me enseñó que el amor era mucho más que estar con alguien, un niño que me enseñó a ver qué el mundo es hermoso y que el amor puede con todo. Un gatito que me enseñó algo sobre la compañía y una gatita que me enseñó sobre exigir cariño. Estoy ansiosa por saber qué me vas a enseñar tú.
Te imagino, te pienso, y te siento, dentro de mi, en lo profundo de mi vientre, queriendo salir a patadas por mi ombligo. Y te siento dentro de mi corazón y de ahí jamás vas a salir.
Falta tan poquito.