La recuerdo porque su calle era la Hostos. Pero más hacia la Duarte, exactamente, a cinco casas del extraño mecánico que alquilaba una bicicleta. Y la miraba al caminar por la amplia calzada que rozaba las tablas de la pared frontal de la suya. Aunque mi objetivo era percatarme de las condiciones que exigía el dueño de la bici para poder montarla.
Pero élla nunca estaba sola. Alguien de adentro ocupaba un mueble de palitos bajo la ventana, mientras que Táuni compartía el quicio de la única puerta de entrada del hogar. Creo haber visto solo un varón, además del conversador padre que prestaba toda su atención a una dama robusta, que desde adentro, asomaba la cabeza por encima de éllos.
Y, poco a poco, lo que justificaba mi aproximación al bloque, se me fue desvelando. Supe que el hombre cobraba un chele por la ida y vuelta desde el frente de su taller, en la misma Hostos, hasta la Papi Olivier. Pero había algo más: parecía que dos otras exigencias se añadían al valor metálico de la vuelta. Cómo también noté, qué el número de creaturas de la familia de Táuni, no se limitaba sólo a élla y su hermano.
En efecto, dos otras chicas de piel blanca con bellas y diversas tonalidades visuales, tenían más azúcar que la taza de café, que la señora le extendía al marido por encima de éllas. Pero, lo básico para mi, era saber sí yo llenaba los requerimientos para que el hombre del taller me permitiera montarla. Porque, sí de algo estaba seguro, era de que desde hacía mucho tiempo, había sacado el centavo del coco, en la cocina de mi abuela.
Pero recuerdo que tal vez llegué a plantearme que, sí acaso era más difícil para mi ser amigo de la Táuni, qué, de que el mecánico me la prestara por un chele. Y un impulso interno sacó de mi mente, la ilusión de creer que hay cosas que nadie te enseña: ¡por ejemplo a hablar! Y me vinieron frases que lo afirman: ¡El niño ya habla…Comenzó a hablar…Ya dice palabritas!
Entonces, sí se aprende mirando ú oyendo, Yo bastante bien que me he fijado en como se monta. Y ya sé también, que él, aparte del chele, quiere que tú sepas arrancar y dar la vuelta para regresar, sin tener que desmontarte. ¡Sin embargo, lo increíble fue que me costó doce años, ser amigo de la Táuni! Aunque, luego de eso, dejé de verla otros diez más y en público…negó el haberme conocido.
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