Somos
piedras sumergidas
que sostienen
la eterna promesa
de la vida.


Piedras perdidas
en las profundidades
de los lagos.
Piedras ocultas
en las que rebota la luz
que se filtra en el abismo.


Piedras partidas
que no pueden brillar
en la oscuridad.
En la profundidad que devora
las trazas que perfilan
nuestra silueta.


Reflejo deforme
sobre copa de oro,
que a nuestros ojos brilla,
como realidad verdadera.
Como realidad placentera.


Ciertamente,
imagen distorsionada
de la belleza de nuestra
íntima esencia.
Naturaleza enceguecida
por el brillo de la luz
que confunde
a las sombras.


Somos
gotas entrecortadas,
que envanecen y derraman,
como llaves mal cerradas,
la existencia divina.
Comedia absurda
de lo absurdo.


Somos
cristales de frescura.
Cristales entremezclados
con piedras de sal.
Cristales mojados
ocultos al sol.


Somos
cristales invisibles
atrapados en los brazos
del agua cristalina.
Cristales silenciados
por las aguas.


Cristales mecidos
en el vaivén interminable
del oleaje del mundo,
que no avanza ni retrocede,
que solo mece y arrulla
el falso sueño despierto.


Somos
crisoles de barro añoso
desde los cuales se extrae
la belleza divina.
Crisoles para refinar
y arrullar los buenos
sueños de eternidad.