Dos.
Como Jacinto- alter ego de Bucosquillo en Hispania- era un hombre muy susceptible de ser traicionado, mantenía siempre la guardia alta, alejándose de todo tipo de titulares, declaraciones, portadas, y primeras páginas. Tal circunstancia hacía que anduviese frecuentemente en divagaciones imaginarias. La última, como decíamos, era su viaje a las Chimbambas. En realidad, no había estado lo suficientemente lejos como para ser Chimbamba el lugar de su destino. Pero a él le gustaba aquel nombre de su infancia.
La primera vez que lo oyó se imaginó un lugar lejano, pero real, nada de imaginario.
- Quién le manda irse a la Chimbamba.
Estaban hablando de un vecino suyo que al parecer de resultas de tal viaje había obtenido mala recompensa. Desde entonces le entró el gusanillo de aquello que podría ser la Chimbamba. Y un día hizo el equipaje con la idea de satisfacer la curiosidad definitivamente. Y como era hombre de pocas palabras, cuando le preguntaron, al verlo con la valija y camino de la estación, no se le ocurrió otra cosa que decir que embarcaba en el vecino puerto- a que le llevaba el tren- para las Chimbambas. Sabedor, ya por entonces, de que aquel lugar no era ningún sitio concreto, pero que venía a representar lo que él había deseado siempre hacer: perderse por el mundo y conocerlo. Mas en un alarde novedoso y traicionando su costumbre de sobriedad lingüística, añadió.
- Ah, y se me olvidaba, iros a la mierda.
No sabía Jacinto que algún día, probablemente, habría de volver, y, sobre todo, también olvidaba, que la gente, aunque lo parezca, no es en exceso olvidadiza.
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